Daniel Johnston
Murió esta semana el enorme Daniel Johnston. Abarcar su relevancia requeriría múltiples variables, pues es una de esas figuras musicales con las que, si bien la música por supuesto es lo más relevante, su significado cultural, vital, casi podría trascenderlo. Como pequeño homenaje a una de las personas que más me influenciaron los últimos diez años de mi vida, ayer vi dos veces seguidas el documental The Devil and Daniel Johnston. Quizá por coincidencia, o no, pero cuatro días antes había terminado de
leer Rastros de carmín, de Greil Marcus, otra obra monumental que ahonda en el punk, el dadaísmo, el situacionismo, y básicamente cualquier forma artística que busca la expresión y rechaza o incluso huye del éxito comercial, categoría en la que evidentemente puede ser enmarcado Daniel Johnston.
Que casi no supiera tocar la guitarra es un asunto imprescindible, involuntario, pues termina siendo una cátedra del poder que tiene la música que conecta con las entrañas. En el documental, el propio Daniel Johnston lo formula inmejorablemente, cuando una de las muchas veces que estuvo internado en hospitales psiquiátricos, en una llamada dice no encontrarse mal, pues: “Donde quiera que voy, llevo la música en mi corazón”.
Inmersos como estamos en el fundamentalismo de mercado, la religión del éxito y la fama, Daniel Johnston termina siendo todavía más alienígena de lo que por sí ya era. Como muestra el documental, rechazó un contrato millonario con la disquera Elektra, porque le parecía que Metallica era una banda satánica. Y sin embargo, si nos permitimos un poco de pensamiento metafórico, su lucha declarada contra el demonio no parece tan psicótica (aunque también, sí lo era) si consideramos que, como bien estableció Jung, los arquetipos terminan jugando en nuestra psique un papel tan verdadero como cualquier presencia de lo que entenderíamos como parte de la realidad.
El demonio contra el que luchó toda su vida Daniel Johnston era, en mi opinión, justo aquel que lo debió haber conducido a tener la vida esperada para una familia fundamentalista cristiana de West Virginia, y no es ninguna casualidad que tanto en los videos que escenificaba de pequeño actuando el papel de una madre castrante, ni por supuesto en sus canciones, diera voz a esa opresión del espíritu también conocida como vida normal. Aunque quizá él no necesariamente disfrutó el trayecto (tampoco lo sabemos), Daniel Johnston claramente se inscribe en la línea de profetas/ videntes que cantan a su época verdades incómodas que si queremos encajar es mejor ni siquiera considerar. Una muestra: “No juegues cartas con Satanás/Te va a repartir una pésima mano”.
El músico se inscribe en la línea de profetas/videntes que cantan a su época verdades incómodas