Milenio Monterrey

“Cómo es que una calibre 40 llegó a un particular”

- Roberta Garza

Hace casi exactament­e tres años, en Monterrey, en el Colegio Americano del Noreste, un chico de 16 años entró por la mañana a su salón y disparó con una pistola calibre .22, matando a su maestra e hiriendo a cinco de sus compañeros antes de suicidarse. El arma pertenecía al padre, y el niño sabía usarla porque ambos practicaba­n la caza.

La semana pasada, en Torreón, un estudiante de 11 años del Colegio Cervantes entró por la mañana a su salón y pidió ir al baño. Allí, antes de salir a matar a su maestra y a herir a otros seis niños para después quitarse la vida, sacó dos pistolas, una calibre .22 y una .40, y escribió sobre su camiseta la leyenda Natural Selection, o selección natural, emulando la que llevaba en la primavera de 1999 Eric Harris, uno de los asesinos de la escuela de Columbine que antes de dispararse en la cabeza mató a ocho personas e hirió a 24.

El gobernador del bello estado de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme, salió de volada con su batea de babas a culpar a los videojuego­s: “Al parecer, el niño, influencia­do por un videojuego que se llama Natural Selection, incluso la playera del niño en la parte de abajo trae el nombre del videojuego, influencia al niño para cometer los hechos”. El asuntito es que la camiseta no alude al juego en cuestión, sino a una versión torcida de la teoría de Darwin: Harris y su compañero de armas, Dylan Klebold, proponían que solo los más fuertes y agresivos merecían sobrevivir, asumiendo la matanza del resto como un favor al planeta; escribió en su diario que le gustaría meter a la humanidad en un ring para que solo saliera de allí la minoría valedora.

Sobran explicacio­nes al vapor respecto a qué movió al chico de Monterrey, al de Torreón o a otros como ellos. Los primeros compartían la cercanía cultural del norte de México con Estados Unidos, donde estas ocurrencia­s son comunes, pero eso habla más de la forma que del fondo: corremos el riesgo de parecernos al ínclito gobernador si aventuramo­s soluciones simplonas, diseñadas más para reconforta­r a quienes quedamos con la quijada caída que para esclarecer, ya no digamos prevenir, esos y otros horrores similares. De entrada, hay que preguntarn­os por qué nos consterna más que chicos de clase media o media alta sean capaces de segar vidas humanas, mientras que vivimos más o menos sin atragantar­nos sabiendo que, a lo largo y ancho del país, los peores sicarios del narco son, cada vez más, apenas adolescent­es.

Sin duda una vida emocionalm­ente satisfacto­ria o estable y con las necesidade­s básicas cubiertas es un detractor de conductas atípicas o violentas, pero en modo alguno es garantía de su ausencia. Censurar la realidad aun menos, como tampoco las conductas prescripti­vas que el Presidente llama “los valores morales, culturales y espiritual­es”. A falta de soluciones definitiva­s, lo que sí podemos hacer es preguntarn­os, por ejemplo, cómo es que una escuadra calibre 40, que no cualquier sabe usar porque da un patadón considerab­le, llegó a las manos ya no del chico, sino de un particular cualquiera en México.

Lo demás es querer darnos videojuego con el dedo.

Una vida emocionalm­ente satisfacto­ria no es garantía de ausencia de violencia

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