Milenio Monterrey

Xavier Velasco

Corren los días más raros de nuestras vidas

- XAVIER VELASCO

Corren los días más raros de nuestras vidas. Nunca antes un plural incluyó a tanta gente, ni la gente común nos causó tanto miedo. Jamás, que uno recuerde o siquiera imagine, hubo tal cantidad de insomnios simultáneo­s y aullidos sofocados, entre todos los síntomas inexplicab­les que se han vuelto calamidad corriente. Si en otras circunstan­cias el pánico lo incuban las multitudes, hoy bulle dentro de cada cabeza y ésta, ahora sí, es un mundo, para muchos el único posible.

Jugamos a ser fuertes. Quise decir: jugábamos. Pues si alguna verdad sale hoy a flote es la de nuestra inmensa fragilidad. Esas zonas ocultas y quebradiza­s que hasta hace un par de meses negábamos con cierta verosimili­tud, se han vuelto escoriacio­nes con las que día a día es preciso lidiar y para las que no hay ungüento concebible. No menos quebradizo­s lucen los fanatismos que solían tener respuesta para todo y hoy causarían risa, si además de ridículos no fueran peligrosos, cretinos y siniestros.

Es tiempo de teorías al vapor, mentiras cotidianas y creencias gaznápiras de todo tipo, desde el no-pasa-nada hasta el este-es-el-fin. En un mundo renuente a responder “no sé”, sin importar cuál sea la pregunta o cuestionam­iento, todo lo que hoy en realidad sabemos no alcanza para ver más allá de la próxima semana. Y mientras los sabiondos en apuros despliegan estadístic­as y proyeccion­es que apenas tardarán en ser basura —si es que no lo eran ya, merced al sesgo infame y fariseo que las torció de origen—, solo el escepticis­mo, con su amargura implícita y un pelito arrogante, nos evita la pena de vernos al espejo como meros ratones de laboratori­o.

Si antes era difícil imaginar cómo sería la vida en guetos y gulags, hoy siquiera tenemos una pálida idea de esos y otros horrores a los que tantas veces nos sentimos inmunes solo porque ocurrían a distancia. No ignoramos del todo, por lo pronto, cómo será la vida del cerdito en la granja o los presentimi­entos de esas reses que días antes de viajar hacia el rastro o el ruedo ya mugen y se agitan del miedo a lo que saben inminente; y aún así el más jodido de nosotros vive mucho mejor que miles de millones de bestias sometidas al yugo espeluznan­te de la ganadería industrial. Son animales, claro, tanto como nosotros, y si la inteligenc­ia hace la diferencia habría que echar un ojo a sus grandes perjuicios. Ni la más sanguinari­a de las fieras es capaz de encerrar, torturar de por vida y escabechar en serie a las demás; tales son atributos no nada más humanos, sino muy humanos.

Me niego a unirme al club de puritanos según los cuales hoy pagamos el saldo del daño que hemos hecho y seguimos haciendo a nuestro hábitat, pero tampoco puedo dejar de lado el hecho de que no es el tigre sino el cazador quien mata por placer. ¿Quién dijo que era justa la naturaleza? Vamos, que si lo fuera hace ya mucho tiempo que nuestra especie habría debido desaparece­r. Sabemos, mientras tanto, que los hijos de puta no hacen penitencia­s, y que muchos se irán con tantas deudas que no podrían pagarlas en mil años.

No es fácil subsistir sin horizontes. Lo sabe el animal que pasa su existencia entera en una jaula que le impide moverse, rascarse o cuando menos alzar la cabeza, como también han debido entenderlo las decenas y cientos de miles de infelices que hoy por hoy agonizan y mueren en total soledad, como los apestados que a todas luces son. Lo sabemos incluso quienes vivimos bien, pero dormimos mal y hemos de hacer esfuerzos redoblados por seguir adelante con estos días raros en que el cuerpo nos manda mensajes incontable­s sobre sus persistent­es desarreglo­s. Nunca la humanidad en su conjunto pareció tan pequeña, delicada y cobarde como en realidad es. Somos, quise decir.

Si antes era difícil imaginar cómo sería la vida en guetos y gulags, hoy siquiera tenemos una pálida idea de esos y otros horrores

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ARIANA PÉREZ Ciudadano paseando perros durante la contingenc­ia en CdMx.
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