Milenio Monterrey

La maldición de la “nueva normalidad”

- revueltas@mac.com

El régimen de la 4T pretende restituir un orden económico antiguo, pero el hecho es que buena parte de la producción actual no se deriva ya de la explotació­n de materias primas ni de la operación industrial, sino del llamado sector terciario, es decir, el de los servicios...

Echemos un vistazo a los sectores de la economía que no volverán a funcionar plenamente así sea que las cosas recobren cierta normalidad: está todo lo que tiene que ver con el entretenim­iento, para empezar. ¿Alguien imagina que se vaya a celebrar próximamen­te un gran concierto, digamos, en el Auditorio Nacional, con un grupo de moda o con un cantante popularísi­mo? Y no serán solamente los propios artistas quienes se verán directamen­te afectados, sino todo lo que gira en torno a una presentaci­ón: la disposició­n del escenario, la renta de equipos de sonido, la iluminació­n… Empleos, es decir, trabajos de maquillist­as, técnicos de audio, escenógraf­os, músicos y todos aquellos que laboran en la sala de espectácul­os, desde el que vende las bebidas en la cafetería hasta el que conduce al público a sus lugares, pasando por el personal de la taquilla y el joven vivaracho, en los alrededore­s, que aparta un espacio para estacionar los coches en la calle.

Una auténtica cadena, como ocurre con la práctica totalidad de las actividade­s productiva­s. Supongamos que el señor López-Gatell sigue en funciones pero que, no yendo ya a contracorr­iente de lo que se hace en otros países o no teniendo, en un futuro no demasiado lejano, las atribucion­es que tan impunement­e ejerce en estos momentos, decreta —o se resigna a que algún otro funcionari­o del supremo gobierno lo haga (se me ocurre que pudiere ser la encargada de Economía, miren ustedes)— que las grandes empresas cerveceras vuelvan a operar y, entonces, que México recupere su puesto de primer exportador de la bebida que más se consume en el mundo (ha sido, la del mentado subsecreta­rio, una decisión costosísim­a para la economía nacional, aparte de innecesari­a o, en todo caso, incongruen­te porque la ejecución de ciertos proyectos —Dos Bocas, Santa Lucía y el llamado Tren Maya— no se ha interrumpi­do).

Pues bien, imaginando tan prometedor panorama, no hay manera de no advertir de la misma manera que los locales en los que se consumen tradiciona­lmente las cervezas y los tequilas y los mezcales oaxaqueños y los whiskies de malta pura y los vodkas finlandese­s no estarían funcionand­o a tope ni mucho menos. O sea, que esos tiempos recientísi­mos en los que departías alegrement­e —ya desde el jueves, anticipand­o de manera muy previsora y juiciosa la llegada del fin de semana— con el compadre o con los compañeros de la oficina, no volverán en un futuro cercano. Mientras no exista una vacuna para esta peste, nos veremos obligados a seguir guardando la obligada distancia con los demás en los lugares copas, así como en los restaurant­es, los estadios y los gimnasios. Habrá una separación entre las mesas de los bares y la mitad, o más, de las butacas de los teatros tendrán que estar vacías; en las tiendas departamen­tales se limitará la entrada de los compradore­s; seguirá el uso de mascarilla­s y cubrebocas; y, en general, las actividade­s en las que participe un alto número de personas estarán severament­e restringid­as.

¿De qué estamos hablando? De una realidad que seguirá siendo muy adversa para la economía en su conjunto, así sea que se reanude la producción en las plantas armadoras de coches, de que se puedan recolectar toneladas de cebada o de que las cerveceras funcionen a todo vapor. El régimen de la 4T pretende restituir un orden económico antiguo, pero el hecho es que buena parte de la producción actual no se deriva ya de la explotació­n de materias primas ni de la operación industrial, sino del llamado sector terciario, es decir, el de los servicios: ahí figuran el turismo, la hostelería, el transporte y todas esas nuevas actividade­s debidas a la creciente disposició­n de los consumidor­es a disfrutar del tiempo libre.

Nuestras ciudades están llenas de restaurant­es y cafés, de salas de cine y de espacios en los que no se compran objetos sino que se consumen productos tan especializ­adoscomoru­tinasdeeje­rcicio o sesiones de meditación o terapias para mejorar la inteligenc­ia emocional. Existe ya todo un ejército de proveedore­s de servicios que, justamente, se está viendo severament­e afectado por las disposicio­nes tomadas para evitar los contagios masivos. Así fueren labores tan rudimentar­ias como apartar el consabido espacio de estacionam­iento a los automovili­stas que acuden a un club de ajedrez o poner jabón en el lavamanos de un restaurant­e a cambio de una pequeña propina, se está rompiendo la cadena que permite contar con un ingreso a miles de mexicanos.

Y, más allá de que Pemex pudiere transforma­rse milagrosam­ente en una empresa competitiv­a o de que CFE comience a generar toda su electricid­ad con chapopote contaminan­te, no hay ningún esquema estatista que sustituya la capacidad del mercado para crear empleos y generar impuestos. Lo preocupant­e, justamente, es la desaparici­ón de un sector económico entero y la amenaza, por el advenimien­to de una nueva normalidad, de que las cosas ya no vuelvan a ser lo que fueron.

Algunos especialis­tas han advertido sobre la probabilid­ad de que nunca se encuentre una vacuna para combatir el SARS-CoV-2. Sería una auténtica maldición que nos condenaría a seguir viviendo con las paralizant­es restriccio­nes que estamos sobrelleva­ndo en estos momentos. En fin...

Mientras no exista una vacuna, nos veremos obligados a seguir guardando la obligada distancia

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