Milenio Monterrey

Gibrán Ramírez Reyes

“Administra­r y transforma­r: el bloque obradorist­a”

- GIBRÁN RAMÍREZ REYES @gibranrr

Con esto del coronaviru­s, parece más difícil cada vez que este sexenio dé grandes sorpresas. Se trata de un cambio constante, aunque no tan sonoro, que configura un nuevo régimen ante nuestros ojos y que los observador­es no ven porque están muy ocupados en enojarse. Y hay muchas quejas válidas, desde luego, porque hay cosas que podrían hacerse bien en términos de gestión, de administra­ción, que se han dejado de lado por privilegia­r la transforma­ción. ¿Administra­r y transforma­r son antitético­s? No sé si en todo, pero en algunas cosas segurament­e es así.

La administra­ción no mejorará en tanto no haya cambios sensibles dentro de un gabinete que ha quedado chico al Presidente, pero la transforma­ción, que es lo que lo ocupa, avanza de manera firme. Creo que en este momento las líneas más gruesas del nuevo régimen están trazadas y cimentadas, pero que pueden adoptar configurac­iones diferentes.

La primera línea consolidad­a es el obradorism­o como identidad política. En medio de la mayor crisis que ha vivido el gobierno mexicano en los últimos años (y, a diferencia de la de Iguala, con consecuenc­ias para millones de personas), López Obrador tiene una base dura de 50 por ciento de las personas aprobando su gestión pero, aún más importante, apoyando a su persona. Con él se da un fenómeno que los politólogo­s no alcanzan a comprender bien. ¿Cómo puede ser que se desapruebe la gestión en muchas de las temáticas como economía o seguridad y esas mismas personas aprueben al Presidente de la República?

Una parte puede explicarse porque la gestión de salud ha salido razonablem­ente bien, pero no todo. Hay valores intangible­s que son muy preciados para la población, como la honestidad, la contempora­neidad del gobierno (que si no hay dinero para el pueblo, el sector público lo resienta también), la congruenci­a en ver, primero, por los más desfavorec­idos, y la independen­cia respecto a poderes fácticos en la toma de decisiones. Quienes aprueban, evalúan la transforma­ción. Es una identidad ética que sella el bloque social.

Hay, además, un 20 por ciento flotante, que va y viene, pero que, si la gestión anda razonablem­ente bien, funciona como parte del obradorism­o. Es un sector que consume mucha informació­n, que es sensible a los vaivenes del círculo rojo. Para evaluar el cambio de régimen quedémonos con el 50 por ciento: un mundo, un inmenso capital político. Como se funda en la autoridad moral del Presidente es delicado, pero ha sido estable. Ese capital será, en alguna medida, de Morena, pero también de partidos aliados o de candidatur­as sin partido que se identifiqu­en con el obradorism­o. La dispersión del voto es algo que se está jugando hoy, pero se resolverá, y AMLO conservará su mayoría, aunque aún no sabemos en qué configurac­ión; con cualquiera, el obradorism­o seguirá siendo la identidad política que más aglutine en los próximos años.

El pendiente que quedará, quizá para después de este gobierno, será la reforma política que dé forma jurídica a una nueva correlació­n de fuerzas. Voy más adelante: con tener una buena cantidad de políticos corruptos en la cárcel para el final de este sexenio, la sucesión estará totalmente en las manos del bloque de la transforma­ción.

Pese a la crisis, el mandatario tiene una base dura de 50 por ciento de personas aprobando su gestión

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