Cortocircuito nacional
Síntesis de mi comentario reciente con José Cárdenas en Radio Fórmula sobre el “decretazo” eléctrico: No debe sorprendernos, pues responde a la conocida ideología de López Obrador. No es aquí lugar para analizar las violaciones al orden jurídico que ese cambio entraña, pero los muchos amparos promovidos por las empresas afectadas son elocuentes y los jueces dirán la última palabra.
Lo cierto es que también los anteriores presidentes tomaban decisiones de acuerdo con sus propias ideologías; pero todos ellos tuvieron la vista en el futuro que imaginaron modernizador para México; pero éste tiene los ojos en la nuca y busca repetir el viejo pasado que padecimos, imponiendo la ideología de hace 70 u 80 años, esto es, el hoy arcaico “¡nacionalismo revolucionario!", con el Estado como “motor de la economía”, no regulador de ella; está obsesionado en reducir a su mínima expresión la participación privada (salvo la que invierta en sus caprichos) y sin seguridad jurídica para ella. Por eso (con injurias y calumnias de por medio) reitera a inversionistas, nacionales y extranjeros, que la ley será dictada por él y sus secuaces de momento a momento como les venga en gana. Empezó con el aeropuerto de Texcoco y lleva muchas, muchas más.
Se afana en regresarnos al ESTATISMO RECALCITRANTE, AUTORITARIO, PROBADAMENTE INEFICAZ Y PROFUNDAMENTE CORRUPTO, para garantizar la supuesta “soberanía nacional”, con su cantaleta de que “primero los pobres”.
Dice que rescatará a PEMEX y a la CFE. Eso sería plenamente justificado, con dos requisitos:
1) que las limpie de la corrupción, que viene de años y continúa.
2) que las modernice y haga competitivas. Es imperativo en el mundo moderno que esas empresas del Estado compitan con las privadas, pero López Obrador las quiere sin competir, y a las privadas sin seguridad jurídica.
La sola retroactividad impuesta en el “decretazo” violó el estado de derecho, produjo una lluvia de amparos, reclamos internacionales, mayor desconfianza para invertir en México, y seguirá contaminando el ambiente, provocará una fuga enorme de capitales cuando más se necesitan y, lo más doloroso: el inevitable empobrecimiento que vendrá para millones de mexicanos. Pero su constante proceder cae como “anillo al dedo” del SINIESTRO DESTRUCTOR que no tiene problemas de conciencia, porque, como bien se advierte, no tiene conciencia y vive su enfermiza ambición de poder.
Por fortuna, vamos en aumento aquellos que denunciamos sus fechorías y lo enfrentamos sin dar ni pedir cuartel, sin odio ni resentimiento, pero conscientes de que no tenemos Presidente, sino un rijoso en permanente campaña, promotor de una aventura que lleva a la nación a una dolorosa desventura. Sigamos luchando porque haga el menor destrozo posible y se vaya feliz a su rancho, cuyo nombre se me olvidó.