Zoé Robledo
“Sismos y solidaridad, otra página memorable del Seguro Social”
Las campañas políticas y electorales han comenzado. La contienda como lo ha dicho el Presidente debe ser justa y leal. Los servidores públicos debemos ser respetuosos de la ley y en particular del criterio de imparcialidad. No podemos intervenir en las contiendas, hacer propaganda o alusión a logros o programas sociales. Desde esta columna cumpliremos y por eso ¿Qué hicimos?, que cada martes se publica en Diario MILENIO, muta a Historias del Águila, un recuento narrativo de las páginas memorables de la vida y la historia de esta gran institución. Aquí la primera de ellas: De sismos y solidaridad.
¿Acaso cada terremoto tiene sus milagros? No lo sé de cierto, lo supongo, como dice el poeta, pero a juzgar por los acontecimientos registrados en México me atrevería a decir que sí. El 19 de septiembre de 1985, dos minutos de sacudida bastaron para convertir a Ciudad de México en zona de desastre. Muchos murieron y otros que pudieron correr la misma suerte se salvaron en circunstancias extraordinarias. Uno de estos milagros ocurrió en el Hospital Juárez, donde la torre de hospitalización se vino abajo.
Tras tres días de labores de rescate, un pedazo de tela se movía entre los escombros, se trataba del niño Víctor Hugo, al que desde ese momento le dicen El sobreviviente y forma parte de la generación conocida como “los bebés del sismo”. Hubo dolor, pero también solidaridad. Al respecto, Carlos Monsiváis escribe: El dolor personal y social, la tristeza ante los muertos y las tragedias, la indignación ante la corrupción de siglos y el saqueo cotidiano se despliegan en medio de un paisaje insólito, el de la ayuda desinteresada.
Treinta y dos años después, también en septiembre, otro milagro ocurría, esta vez en el IMSS: el Doctor David Arellano Ostoa se encontraba en el Hospital General del Centro Médico Nacional La Raza realizando un procedimiento quirúrgico bastante complejo: una cirugía a corazón abierto para corregir una malformación congénita. El grado de complicación aumentaba si consideramos que la paciente, Renata, era una niña de apenas 22 días de nacida.
Acompañado de otros 10 profesionales de la salud, con Renata conectada mediante cánulas a una máquina conocida como Corazón-Pulmón, cualquier falla, por milimétrica, podía ser mortal. El reloj marcaba las 13 horas con 14 minutos y 40 segundos cuando empezó a temblar.
Lo que ocurrió en ese quirófano pediátrico del IMSS los siguientes 90 segundos que duró el sismo del martes 19 de septiembre de 2017 es memorable: El Doctor Arellano asumió el mando plenamente, dio tranquilidad a su equipo, giró instrucciones precisas y se concentró en evitar, a toda costa, que el baipás cardiovascular se desconectara. Así lo hicieron todas y todos: unos sostuvieron la máquina que no se quedaba quieta ni con freno, sujetaron la mesa del instrumental; otros mantuvieron la tubería conectada. La escena está registrada en video, escrita en las páginas de gloria del Seguro Social y con la mejor evidencia que se puede tener: Renata vive y es hoy una niña sana de 4 años.
Cada vez que escucho esta historia no puedo dejar de pensar que algo similar nos ocurrió en el IMSS y en el resto del sector salud. Habíamos empezado un procedimiento muy complicado: levantar los servicios de salud de nuestro país y transformar sus instituciones. Una tarea vertiginosamente desafiante, compleja, con muchos obstáculos, riesgos, intereses y resistencias. Y así, en el punto más crítico, con instituciones nacientes, procesos nuevos en marcha —como el temblor al doctor Arellano en plena cirugía— llegó la pandemia.
Y así, en el punto más crítico, con procesos nuevos en marcha, llegó la pandemia