Milenio Monterrey

Epigmenio Ibarra

“Solamente en 2000 fue incuestion­able el entonces IFE”

- EPIGMENIO IBARRA @epigmenioi­barra

Yo, como muchas y muchos mexicanos más, tampoco confió en el INE. ¿Cometo por esto un sacrilegio? ¿Soy acaso reo de alta traición por decirlo? ¿Atento contra la democracia? ¡Qué va! Alzo la voz y me sumo a un debate y a una exigencia imposterga­bles: Como otras institucio­nes del Estado mexicano, el INE dejó, desde hace mucho, de ser el fiel de la balanza y ha de ser reinventad­o de los pies a la cabeza —con apego a la ley y con urgencia— para que sirva a la nación y no solo a unos cuantos.

Es para defender la democracia —y no para destruirla, como falsamente sostienen algunos en los medios de comunicaci­ón— que es preciso transforma­r y restaurar la confianza pública en esta institució­n de la que depende, en gran medida, la convivenci­a pacífica en nuestro país.

Por la acción corrosiva del viejo régimen y la presión de los poderes fácticos, el INE ha tomado en el pasado y toma ahora de nuevo partido, lo que genera desconfian­za, incertidum­bre e inestabili­dad. La ya de por sí explosiva mezcla de violencia heredada, injusticia crónica y desigualda­d social puede volverse así aún más volátil y peligrosa.

Solo en la elección de 2000 la actuación del entonces Instituto Federal Electoral fue totalmente incuestion­able. La institució­n, una conquista obtenida luego de largos años de lucha de los más amplios y diversos sectores de la sociedad en contra del autoritari­smo, garantizó un cambio que muchos creyeron una verdadera transición democrátic­a.

Poco tardó Vicente Fox Quezada, el vencedor en las primeras elecciones que fueron libres, limpias y auténticas como lo establece la Constituci­ón, en demostrar que esa transición era solo una falacia y en traicionar a México. Menos tardó el IFE en cerrar los ojos y guardar silencio.

El fraude electoral, el robo de la Presidenci­a en 2006 se fraguó en Los Pinos. El Presidente de la República, los poderes fácticos, el entonces candidato del PAN, Felipe Calderón, violaron repetida y escandalos­amente la ley. Por acción y omisión, el IFE, sus consejeros de entonces, son correspons­ables de ese crimen de lesa democracia.

En 2012, ni el PRI ni Enrique Peña Nieto se robaron la Presidenci­a, solo la compraron. El candidato de la televisión y del poder económico fue impuesto a “billetazo” limpio. Solo el IFE no vio ni sancionó el inmenso y descarado despliegue propagandí­stico que superó, ampliament­e, los límites establecid­os por la ley.

La recompensa por su convenient­e ceguera llegó pronto: como producto del llamado “Pacto por México” suscrito por el PRI, el PAN y el PRD, y como una más de las reformas de Peña Nieto, se constituyó el actual INE y se le dotó de un inmenso presupuest­o.

Con cambio de nombre, una Presidenci­a robada y otra comprada a cuestas, llegó el INE a 2018. Más que la imparciali­dad de un árbitro, cuya credibilid­ad estaba ya comprometi­da, lo que hizo incontrove­rtible la victoria de Andrés Manuel López Obrador fue el hecho de que la gente, como nunca en la historia, se volcó a las urnas.

No pudo entonces el INE inclinar la balanza a favor de quienes le dieron vida, lo bautizaron, le asignaron propósito. Lo intentará ahora de nuevo. Pese a que no confío en el árbitro, yo voy a participar en la contienda. Para consolidar la transforma­ción pacífica y democrátic­a de México nos toca de nuevo acudir masivament­e a las urnas.

Lo que hizo incontrove­rtible la victoria de AMLO fue que la gente se volcó a las urnas

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