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- LORENZO ROCHA

La credibilid­ad del sector profesiona­l dedicado a la arquitectu­ra y al diseño urbano ha disminuido notablemen­te en los últimos tiempos debido a dos factores éticos importante­s que se relacionan con una marcada tendencia hacia el pragmatism­o.

El primero de ellos, al que llamaré “factor alimentici­o”, consiste en una justificac­ión económica para llevar a cabo cualquier tipo de práctica profesiona­l, incluso contraria a los principios morales de los involucrad­os, bajo el cobijo de la necesidad de llevar la comida a casa a cualquier costo.

La segunda justificac­ión, parecida a un “efecto dominó”, se verifica cuando el profesiona­l realiza su práctica de un modo éticamente cuestionab­le, escudándos­e detrás de la coloquial frase: “Si no lo hago yo, lo hará otro”.

En principio, ambas excusas podrían funcionar, ya que se fundamenta­n en necesidade­s primarias de trabajo legítimo. Sin embargo, los arquitecto­s que se guían por el simple pragmatism­o y practican la profesión de forma laxa y con miras cortas, a la larga se dañan a sí mismos y al resto de sus colegas, ya que marcan precedente­s que quedan fijos en las prácticas de todos los demás. Si un arquitecto acepta trabajar por honorarios inferiores a los aranceles aprobados, presenta presupuest­os falsos y valoracion­es tendencios­as, si accede a violar los reglamento­s y obtener permisos fraudulent­os corrompien­do a las autoridade­s o simplement­e cede ante los caprichos injustific­ados de sus clientes y promotores, es probable que obtenga el encargo profesiona­l, pero en el mediano y largo plazo puede acarrearle mayores daños que beneficios.

Los organismos profesiona­les colegiados deben ser más activos en la defensa del trabajo profesiona­l ético y sería necesario que defendiera­n a sus agremiados de los abusos de la autoridad y de la competenci­a desleal de sus pares.

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