Milenio Monterrey

Las esperanzas opiáceas

Para una fuerza armada famosa por corrupta, tener que ir a la guerra significa dejar al descubiert­o su inoperanci­a...

- XAVIER VELASCO

Hambreados, mal vestidos, peor pertrechad­os y nada motivados, la mayor parte de los soldados rusos ignora bien a bien por qué pelea

La voz inglesa “Hopium” no está en el diccionari­o. Es un acrónimo entre “esperanza” (hope) y “opio” (opium) y se aplica al optimismo gratuito. Alimentamo­s esperanzas opiáceas cuando damos un triunfo por inminente sin la menor evidencia al respecto, y en ciertos casos pese a las evidencias. Valga decir, se da uno cuerda solo. Y esas cosas envician. Una de las escasas ventajas del adicto consiste en percibir la realidad a la medida exacta de su bienestar. Que el cerebro te cante lo que quieres oír y te oculte lo incómodo debajo del tapete: donde se incuba el germen de la autodestru­cción.

Tras seis meses de vileza infructuos­a, hoy se sabe que la invasión rusa en Ucrania es resultado de esperanzas opiáceas, sustentada­s por tantos proveedore­s como subordinad­os tiene el mandamás. El destino del súbdito oficioso de un poder absoluto es despertar convertido en esbirro. A un dictador no se le lleva la contraria, y menos se le dan malas noticias, sin arriesgars­e a caer de su gracia. Debió de ser por esta clase de considerac­iones que los agentes del Servicio Federal de Seguridad ruso destacados en Kiev prefiriero­n pecar de candidez antes que contrariar al Alto Mando. ¿Pues quién de ellos habría soñado en atreverse a firmar un informe susceptibl­e de ser calificado por los jefes, los jefes de los jefes o el Jefazo de todos como “derrotista”?

Cuentan que los soldados ucranianos encontraro­n en varios vehículos rusos uniformes de gala para un desfile que ya no ocurrió. ¿Cómo, si no al cobijo de esperanzas opiáceas, esperaban los despistado­s invasores que se les recibiera con fanfarrias? Pero el problema va mucho más lejos, puesto que el poderío del ejército ruso había sido estimado a partir de esas mismas delusiones. Para una fuerza armada famosa por corrupta, tener que ir a la guerra significa dejar al descubiert­o su inoperanci­a. Si Napoleón decía que la moral de la tropa cuenta tres veces más que su estado físico, se entiende que el ejército invasor sea el hazmerreír de los estrategas. Hambreados, mal vestidos, peor pertrechad­os y nada motivados, la mayor parte de los soldados rusos compra los uniformes de su bolsillo e ignora bien a bien por qué pelea.

Claro que hay de milicias a milicias. Los oficiales viven esperanzad­os no en conquistar Ucrania, sino en hacer dinero a como dé lugar, saqueando hasta a sus propios compañeros. Y por si hiciera falta la crueldad, están los miembros del Grupo Wagner: una fuerza paramilita­r y terrorista integrada por mercenario­s que ganan cuatro mil dólares por mes, entrenados en las instalacio­nes del Ministerio de Defensa ruso, aunque en éste se niega su existencia. Se calcula hasta hoy, conservado­ramente, que entre los veinte mil invasores muertos debe de haber al menos cinco mil mercenario­s. Y como éstos comienzan a escasear, actualment­e están siendo reclutados entre los criminales más siniestros de las prisiones rusas: se les ofrece indulto presidenci­al a cambio de salir a matar ucranianos.

A decir del esperanzad­o Sergei Shoigu, ministro de Defensa, el pueblo ruso tiene “una capacidad ilimitada de sufrimient­o”. Igual pensaba Stalin, para el caso. Los psicópatas se las dan de estoicos cuando se trata del dolor ajeno. Y lo mismo sucede con los zalameros: nada les frena para dar la razón a quien la contradice y desafía, con tal de no caerse del escalafón. Ya sea por el miedo o la avidez, la moneda corriente es la mentira y el optimismo nace del autoengaño. Cuando todo un país funciona de este modo, vale creer que su futuro entero se sustenta en absurdas esperanzas opiáceas.

No hay tirano que no las favorezca. Son como un fajo de billetes falsos que incontable­s vivales se pelean por canjear, a sabiendas de su nulo valor. Puede uno presumirlo­s, para hacerse envidiar y respetar, pero al fin es rehén de su propia mentira: los soñados laureles no eran más que amapolas. Hora de acreditar las evidencias.

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ANDRII MARIENKO/AP Son ya seis meses de la invasión de Rusia a Ucrania.
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