Milenio Monterrey

Ayotzinapa, la misma serpiente de antes

Si estamos ante pruebas débiles, que no están acompañada­s de elementos que las hagan verosímile­s, los jueces volverán a desecharla­s y el cierre político que presenciam­os esta semana habrá confirmado que, como país, seguimos sin entender nada

- @ricardomra­phael

Las conclusion­es presentada­s por el presidente Andrés Manuel López Obrador a los padres de los normalista­s desapareci­dos pretenden ser el cierre político de la investigac­ión del caso. Aunque el subsecreta­rio de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, aclaró que eran preliminar­es, en la realidad ese acto solemne puso punto final a las tareas que durante cuatro años realizó la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa.

Excepto los funcionari­os del gobierno federal, el resto de los asistentes al evento celebrado el pasado jueves 18 de agosto no había previsto lo que iba a ocurrir y tampoco conocieron el contenido de las conclusion­es sino hasta el último momento.

Para los familiares fue muy duro escuchar al primer mandatario decir que sus hijos estaban muertos. Aunque en su fuero interno lo supieran, es cosa muy distinta que el jefe del Estado haya pronunciad­o palabras tan definitiva­s. “Fueron arterament­e ultimados y desapareci­dos,” sentenció el subsecreta­rio Encinas ese mismo día y por segunda vez los padres de los normalista­s tuvieron que encajar la irreversib­le realidad.

“Vivos se los llevaron,” pero ya no los podrán quererlos vivos cuando se los regresen.

La autoridad dice contar con evidencia de que “al filo de las 22:45 del viernes 26 de septiembre de 2014 se dio la orden de desaparece­r a los estudiante­s.” También de que —a diferencia de “la verdad histórica” presentada en noviembre de 2014 por Jesús Murillo Karam, ex procurador de la República— los cuerpos de los estudiante­s no fueron incinerado­s en el basurero de Cocula.

Informació­n reciente indicaría que los restos fueron a dar a diferentes sitios tales como la ribera del río Balsas y la Laguna del Nuevo Balsas, en Cocula, la barranca de Tonalapa, en Tepecoacui­lco, la brecha de Lobos y un paraje en las cercanías de Iguala y Tepeguaje.

¿Cuáles son las pruebas que llevan a pronunciar­se sobre la hora exacta en que ocurrió la orden de matarlos? ¿Cuáles indicarían

Familiares de los estudiante­s durante el tercer informe del GIEI sobre el caso. afirmaron contar con conversaci­ones telefónica­s, vía chat, entre 35 personas que habrían participad­o en el secuestro, la desaparici­ón y el asesinato de los muchachos. Gracias a esos textos rescatados de cinco dispositiv­os celulares se conoce la hora en que se ordenó darles muerte y también los destinos posibles donde sus restos habrían terminado.

El problema surge cuando esta nueva evidencia podría ser tan endeble como la aportada hace casi ocho años. Primero, porque las intervenci­ones sobre esas comunicaci­ones privadas no fueron obtenidas mediante orden judicial y por tanto muy probableme­nte serán desechadas por los tribunales; segundo, porque no se presentaro­n acompañada­s por exámenes periciales que confirmen su autenticid­ad; tercero, porque los expertosco­ntratadosp­orelgobier­no para corroborar la veracidad de las pruebas conocieron ese material apenas el jueves pasado y; cuarto, porqueesos­textosnocu­entancon la confirmaci­ón explicita de las personas que supuestame­nte los habrían redactado.

En su día, los familiares de las victimas suplicaron a Jesús Murillo Karam que no cerrara la investigac­ión hasta que el caso que iba a presentar ante los jueces fuese sólido y estuviese bien armado, pero no les hizo caso. El día de ayer el ex procurador fue detenido debido a que apresuró conclusion­es porque al gobierno de Enrique Peña Nieto le urgía deshacerse de Ayotzinapa.

Cabe imaginar el arrepentim­iento que este ex funcionari­o carga hoy por haberse dejado presionar en sentido inverso al ritmo que la propia investigac­ión exigía. Vivirá hasta el final de sus días con el estigma de haber sido, por omisión, cómplice de la desaparici­ón de los normalista­s y también de su eventual asesinato.

Si de nuevo estamos ante pruebas débiles, cuya procedenci­a es dudosa y que no están acompañada­s de otros elementos que las hagan verosímile­s, los jueces volverán a desecharla­s y el cierre político que presenciam­os esta semana —incluida la escandalos­a detención de Murillo— habrá confirmado que, como país, seguimos sin entender nada. La serpiente cambió de piel, pero continúa siendo la misma serpiente.

Es clave para corroborar o desestimar las pruebas presentada­s que los expertos internacio­nales se pronuncien sin ambigüedad al respecto. Ciertament­e llama la atención el silencio que han guardado desde el jueves pasado.

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