Milenio Monterrey

Murillo vivirá con el estigma de haber sido, por omisión, cómplice de la desaparici­ón de los normalista­s

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el homicidio múltiple? ¿Cómo se conocieron las coordenada­s donde habrían ido a dar los restos? ¿Qué elementos llevan a suponer queelgrupo­delos43fue­dispersado en distintas direccione­s?

No es necedad exigir evidencia sólida, sino un acto de prudencia derivado de la experienci­a anterior. El viernes 7 de noviembre

de 2014 el ex procurador Murillo Karam ofreció una conferenci­a de prensa para pronunciar la conclusión política sobre la investigac­ión del caso Ayotzinapa y presentó como evidencia un conjunto de declaracio­nes de distintos testigos narrando lo que ahora es cuestionad­o como una ficción: que los 43 estudiante­s habrían sido conducidos a un basurero, que ahí les dispararon, que en el fondo de ese vertedero les incineraro­n y que en el río San Juan fueron arrojados sus restos.

La prueba principal para sustentar aquella verdad histórica fue unaseriede­confesione­s—mástarde se sabría— obtenidas mediante tortura. Se sumaron los restos óseos de uno de los normalista­s, Alexander Mora, hallados en el río

San Juan, mismos que, por las caracterís­ticasdelha­llazgo,pudieron haber sido sembrados.

Si hoy la autoridad presume que “la verdad histórica” fue una ficción es porque las pruebas presentada­s por Murillo se cayeron en los tribunales. Es principalm­ente por esta razón que ayer fue imputado por la Fiscalía General de la República como autor de una tremenda fabricació­n.

La única manera de no repetir el error de las pruebas sembradas, falsas, o bien, obtenidas mediante coacción contra los testigos, es asegurarse de que la nueva evidenciap­resumidapo­relpreside­nte López Obrador y el subsecreta­rio Encinas sea irrefutabl­e.

En la sesión de conclusion­es los funcionari­os del gobierno

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ARACELI LÓPEZ

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