Insumisos del plan energético: «La gente se va»
Hosteleros y restauradores se quejan del impacto de las medidas en sus negocios
El calor está siendo siendo la queja más repetida en los bares de la feria de Málaga de un verano en el que una ola de calor ha sustituido a la siguiente. Tanto autoridades como profesionales sanitarios sugieren que lo más sensato es evitar salir a la calle durante las horas centrales –y más calurosas– del día y mantenerse a buen recaudo en el interior de viviendas, oficinas o cualquier otra edificación con las persianas bajadas y, aunque en medio de esta crisis energética ninguno de ellos se atreva a decirlo, con el ventilador o el aire acondicionado conectado a toda potencia.
Las condiciones climatológicas de uno de los veranos más calurosos de la historia desde que se tienen registros –y el primero en el que se observa cierta normalidad tras la pandemia– se han dado de bruces con el Plan de Choque de Ahorro y Gestión Energética en Climatización del Gobierno de Pedro Sánchez, cuyo objetivo no es otro que «reducir el consumo de energía en edificios administrativos, recintos públicos y comercios», según explicaba tras su aprobación en Consejo de Ministros Teresa Ribera, vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
El plan, no obstante, ya ha encontrado a sus primeros insumisos oficiales: restauradores y hosteleros que se ven obligados a incumplir las medidas del Gobierno para poder salvar la temporada tras dos años en crisis.
Entre quienes han mostrado abiertamente su desacuerdo está Alberto, que no quiere indicar su nombre real ni que se mencione su negocio «por si acaso», tiene una decena de locales de restauración repartidos en varias provincias andaluzas pero ha decidido mirar para otro lado y bajar «un poco por debajo de los 27 grados la temperatura a las horas de más calor y cuando más personal hay. De otra manera, la gente se marcha».
Cristina, que por la misma razón que Alberto prefiere mantenerse en el anonimato, tiene un pequeño restaurante en La Cala de Mijas, en la Costa del Sol. Los primeros días intentó poner la refrigeración a 27 grados y que las puertas estuviesen cerradas. Esto fue lo primero con lo que se rindió: «Estamos en verano y los clientes entran y salen constantemente. No hay manera de que la puerta se quede cerrada y yo no tengo presupuesto para poner ahora una automática», comenta mientras se encoge de hombros con resignación.
«Los comensales entran buscando el fresquito y al principio, al contraste con la calle, se les nota la cara de alivio pero cuando llevan un rato y se ponen a comer, veo como empiezan a sudar y a abanicarse con el menú. No me ha quedado más remedio que arriesgarme, bajar la temperatura y esperar que no me multen», admite.
Hasta ahora, restaurantes, cafeterías o centros comerciales se antojaban como una interesante alternativa para resguardarse del sofocante calor, no sólo para quienes por trabajo han de comer fuera de casa, sino también para aquellos que están de vacaciones y quieren disfrutar de las propuestas culinarias propias de su lugar de destino o de una jornada de compras pero sin achicharse bajo un sol de justicia y temperaturas extremas, que en provincias como Sevilla, Málaga, Jaén o Córdoba superan sin el menor problema los 40 grados centígrados.
José Eugenio Arias-Camisón, el propietario del Asador Guadalmina en Marbella (Málaga), también se opone al plan de Ribera. No es la primera vez que este hostelero rechaza propuestas que considera perjudiciales para su negocio y en esta ocasión, como ya hizo con la Ley Antitabaco del ex presidente Zapatero, ha decidido no aplicar las medidas por considerarlas «absurdas», admite a EL MUNDO. «Después de habernos tenido tanto tiempo cerrados, si yo pongo en mi negocio el termostato a 27 grados, en mi asador no entra nadie porque aquí no se puede parar, pero ni los clientes, ni los trabajadores. ¿Se imagina usted la temperatura que hace junto a las brasas y como estaría el parrillero? Le podría dar un mareo», explica.
La posibilidad que apuntaba se hacía realidad a sólo unos kilómetros de Guadalmina. En un centro comercial donde sí se están aplicando escrupulosamente las medidas gubernamentales, una empleada de un restaurante terminó en la enfermería con una lipotimia. Son muchos los descontentos con una estrategia que estiman «improvisada e ineficaz» y que les va a hacer gastar dinero cuando aún no se han recuperado de las pérdidas causadas por los confinamientos, las restricciones vinculadas a la pandemia, la falta de turistas o la subida del precio de la electricidad. La polémica está servida y el plan ya ha topado con los primeros rebeldes.
«Si pongo el termostato a 27 grados, en mi asador no entra nadie» «Al rato de entrar, los comensales empiezan a sudar y abanicarse con el menú»