Milenio Monterrey

Del intercambi­o de insultos hemos derivado al chantaje de expediente­s, que ni siquiera terminan en actos de justicia

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Hace unos días titulé una columna “¿De qué otra cosa podemos hablar?” para referirme a la imperiosa necesidad de seguir abordando la crisis de insegurida­d pública y no olvidar a las víctimas de la violencia. Pero 48 horas más tarde, tras el escándalo del líder del PRI, Alejandro Alito Moreno, el desafío es otro: ¿qué podemos hacer para no tener que estar hablando de Alito? No solo se trata de que el personaje resulta impresenta­ble; eso lo sabíamos hace rato. El problema son los perjuicios cada vez mayores que provoca la “impresenta­bilidad” de este señor.

Los hechos están a la vista y han sido plenamente difundidos, en algo que pasaría por comedia si las consecuenc­ias no fueran tan graves. Primer acto. En sucesivos martes mediáticos Layda Sansores, gobernador­a de Campeche, da a conocer audios que dan cuenta de la insultante procacidad e inmoralida­d del líder del PRI y ex gobernador de ese estado; en paralelo surge informació­n sobre su riqueza inexplicab­le, que en realidad es perfectame­nte explicable a juzgar por las prácticas abusivas que esas conversaci­ones telefónica­s revelan. La fiscalía de Campeche abre una averiguaci­ón e inicia el proceso para solicitar el desafuero de Alito, quien, por supuesto, está blindado por su investidur­a como diputado federal.

Segundo acto, la alianza formada por el PRI, el PAN y el PRD reitera su rechazo a lo que denuncian como “militariza­ción” del país, tanto en lo que correspond­e a la petición de trasladar la Guardia Nacional a la Sedena como a institucio­nalizar la presencia de los soldados en las tareas de seguridad pública, como pide el gobierno. Durante semanas juran que no cederán a las presiones. Sorpresiva­mente, una diputada priista cercana a Alito, y a contrapelo de sus colegas, presenta un proyecto que autoriza a los soldados a quedarse en las calles hasta 2028. Más sorpresiva­mente aún, otros priistas súbitament­e se convencen de las bondades de lo que rechazaban unas horas antes.

Tercer acto. El presidente López Obrador agradece el patriótico cambio de parecer del PRI. Layda Sansores decide interrumpi­r las sesiones de divulgació­n de los pecados de Alito, y de manera simultánea los diputados de Morena expresan su desinterés en proseguir el proceso iniciado para desaforar al dirigente priista. Los líderes de los partidos del PAN y del PRD se dicen traicionad­os por el PRI y aseguran que tal burla pone en riesgo la futura alianza del bloque opositor en los comicios por venir.

¿Cómo se llamó la obra? Pobre país; Historia de una infamia; Lodo. Usted sugiera, se me ocurren peores, aunque impublicab­les. Pero al margen del título, la moraleja es terrible.

Primero, la sensación de que con esta clase política los destinos de la vida pública no se deciden en función de lo que pueda ser mejor para el país y los ciudadanos, sino por las necesidade­s de superviven­cia in extremis de verdaderos rufianes. Sin duda, el protagonis­mo de los militares genera argumentos a favor y en contra que deben ser aquilatado­s. En lo personal, en este espacio he argumentad­o a favor de asumir una actitud realista y discutir alguna forma que lleve a institucio­nalizar el uso de los militares, sujetándol­os a responsabi­lidades civiles, pero entiendo que es un tema debatible. El problema es que la decisión tomada por los diputados no esté relacionad­a con los méritos o deméritos de algo tan trascenden­te para la vida nacional, sino por la necesidad de un político de mantenerse fuera de la cárcel.

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