Preámbulo del “Decálogo para triunfar”
Somos una nación, como todas, víctima de múltiples agravios (reales e imaginarios) centenarios y actuales. Nuestro “patriotismo” suele ser solamente festivo, principalmente septembrino, animado con cohetones, borracheras y verborreicos discursos oficialistas saturados de embustes históricos. Dilapidamos tiempo y energía sacando de sus mortajas a “los héroes que nos dieron Patria” (algunos de ellos tan próceres como asesinos y asesinados), sin faltar lastimosos y etílicos lloriqueos. El mexicano común huye de su realidad y se solaza burlándose de la muerte (mientras no está frente a la suya) y haciendo sátira y escarnio, con razón o sin ella, de los gobernantes en turno, pero no le mencione usted cuestiones de responsabilidad personal, porque resulta, nuevamente, incomprendido y mancillado. El mundo de las víctimas exige, por definición, merecidas reivindicaciones a cargo de otros, ninguna autocrítica ni autorectificación.
La idiosincrasia anteriormente enunciada (sin estar en vías de superación) y el agobio lacerante de los problemas nacionales (de todo orden y en aumento) explican, en su conjunto, el agravamiento de las enfermedades mentales comunes en nuestro tiempo: estrés, depresión, angustia, neurosis (y las que agreguen los psiquiatras), propiciando como ruta de fuga los ingeniosos albures y chuflas populares ahogados por carcajadas.
En tan enloquecedor escenario, se multiplican explicablemente los cuestionamientos sobre la validez y funcionalidad de nuestra democracia. Van, desde quienes apoyan sus disquisiciones en autores prestigiosos (de preferencia extranjeros) hasta aquellos a quienes les frustra la falta de “buenos resultados” en los últimos 22 años de alternancias. Si dicen, por ejemplo: “no hay democracia sin demócratas”, tal vez parezca o sea verdad de Perogrullo, pero ayuda a otras reflexiones, entre ellas las referidas a cuestionar la degradación del lenguaje como obstáculo para poder entendernos. Sí, hay quienes consideran bizantino discutir el significado gramatical y ontológico de las palabras, importando únicamente “lo que cada quien quiso decir”. Eso explica la febril construcción de la nueva Torre de Babel en México y en todas partes. A ello contribuye, en gran medida, la laxitud con la cual se van “modernizando” extraoficialmente las lenguas, con el pretexto de su naturaleza cambiante e “inclusiva”, y de la “evolución social”.
Por falta de espacio, le pido leer en esta columna el próximo lunes 3 de octubre el “Decálogo para triunfar”, así como las perniciosas consecuencias de la confusión reinante al respecto.
PD. A propósito de sátiras: También la Tierra está cansada de tantas simulaciones en México, por eso, enseguida del reciente “simulacro de temblor”, tembló.