Milenio Monterrey

Peniley, cómplice

¿Quiénes ocultaron Ayotzinapa? No este gobierno, hasta donde estoy enterado, pero contaminar las investigac­iones es condenable, al menos desde la ética

- JOSÉ JAIME RUIZ

Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla”, escribió Stanislaw Jerzy Lec. Desfondand­o el fondo de Ayotzinapa, importan los bajos fondos de la periodista Peniley Ramírez y sus filtracion­es que obstruyen la ley. Lec también publicó: “Tenía la conciencia limpia; no la usaba nunca”. Así Peniley. De Polonia paso a Italia porque al escribir sobre mafia, Diego Gambetta nos dijo: “La brutalidad es una cualidad que carece de sutileza, porque se la tiene o no. No hay otras opciones: solo ganar o perder”. La brutalidad carece de ética, deontologí­a no mediante. Así Peniley. La penitente fama sin ley.

Descreo que Ottmar Mergenthal­er pensó que su invento linotípico fuera sujeto, no sé si objeto o subjetivid­ad, de un columnismo finalmente convertido en amarillism­o. ¿Qué aporta Peniley Ramírez a la cuasi eterna discusión de Ayotzinapa? Su mayor logro es la impunidad al exhibir lo que otros pueden usar para descloacar­se. Peniley ofrece una salida indigna a los indignante­s autores de la masacre. Peniley se convierte en cómplice de los asesinos. Escribir de la inmoralida­d periodísti­ca de Reforma es darle valor a su ruindad. Que los zopilotes sigan y persigan destruyend­o los cielos.

El número cuatro no entró en la lucidez aritmética de Juan Villoro, su despliegue semántico abarcó el dos oriental y el tres occidental en su columna de la semana pasada. En la numerologí­a del destino o el accidente, seamos griegos o postnitzch­eanos, la cualidad aritmética, geométrica o dimensiona­l nos entrega versiones y aversiones.

Peniley, cómplice de una posverdad histriónic­a, se defiende:

“El periodismo cuenta la realidad. A veces, como en esta ocasión, la realidad es que existe ese informe y lo que revela es terrible. Contarlo provoca dolor en quien lo escribe y en quien lo lee. El periodismo existe para contar y ayudar a entender nuestra sociedad, aunque duela”.

Sin ley, Peni da pena. El periodismo descorre, descubre, desvela lo que el poder oculta. ¿Quiénes ocultaron Ayotzinapa? No este gobierno, hasta donde estoy enterado, pero contaminar las investigac­iones, darle puerta abierta a la impunidad, es condenable, al menos desde la ética. Pen, ¿qué necesidad o qué necedad de tu artículo? ¿Y qué necedad de montarte en tu macho?, esa frase mexicana que tal vez no comprendas.

Cómplice de la verdad histórica, por lo que implica en el proceso judicial, Peni, liberas a los verdugos y jodes a las víctimas. Usada y abusada por cierto poder, ese poder que es tu “fuente”, eres instrument­o. Nunca dirás tu fuente, se sabrá, pero como herramient­a periodísti­ca estás acabada. Tu credibilid­ad no existe. No repetiré tus enormes aciertos, los tienes y lo celebro. La miseria humana nos hace celebrar los desacierto­s, los errores, tu caída es morbo, como morbo es tu artículo.

En la lúgubre noche de nuestra historia reciente, Ayotzinapa siempre será herida, nunca cicatriz. Aprendiz de periodismo, compañera, no nos acompañes en nuestro dolor. Miserable de ocasión, Peni, no puedo exculparte: ya eres cómplice.

La vileza compartida no es periodismo, Peni. Nunca serás Julian Assange. En la ruta posible del desprecio periodísti­co, estás en un círculo dantesco. Disfruta esa investidur­a. Te quiero, tal vez nos quieras después. Pero así, nunca. Cuando uno se convierte en cómplice de ocasión se transforma en cómplice de vocación.

En la lúgubre noche de nuestra historia reciente, Ayotzinapa siempre será herida, nunca cicatriz

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