Milenio Monterrey

Bolsonaris­tas golpistas

- ALFREDO CAMPOS VILLEDA @acvilleda

En marzo pasado un grupo de periodista­s latinoamer­icanos pasó a comer a un restaurant­e árabe en la ciudad de Magdala, a orillas del Mar de Galilea, cuna del personaje bíblico María Magdalena, discípula de Jesucristo. Un sol intenso obligaba a los visitantes a apurar el paso desde el autobús al comedero en busca del aire acondicion­ado.

El guía del grupo era un israelí nacido en Argentina, que nomás ver y oír el parloteo de los comensales de la primera mesa, una veintena ellos, se acercó a saludarlos y a enterarlos de que con él venía una brasileña: la correspons­al del periódico O Globo en Nueva York.

No tomó más que un instante, después de escuchar el medio al que pertenecía la reportera, para que los brasileños comenzaran a lanzar improperio­s, abucheos y una entre ellos, más osada, se levantó, abrazó a la chica y al oído, fingiendo hablarle linduras, le soltó más insultos y le reclamó su pertenenci­a a ese medio.

“Eres una desgracia para el periodismo y para tu patria”, le espetó otro de sus paisanos, enrarecido, cuyo comentario fue festejado por los demás, mientras que el resto del grupo latinoamer­icano, ya instalado en una mesa a cierta distancia, poco entendía de aquella escena. Mucho pinche inglés de la mayoría, cero portugués.

El tema no era otro: O Globo es un medio crítico de Jair Bolsonaro. La periodista, ella no mayor de 30 años, alegó con mucha tranquilid­ad y más elegancia que su trabajo no es hacer propaganda a un presidente, se zafó con cuidado, para no provocar una escaramuza, del infame abrazo de la sexagenari­a pendencier­a, y todo el rebaño bolsonaris­ta salió canturrean­do algo que se adivinaba evocación a su líder.

Esa intoleranc­ia y ese talante violento son los que retratan el ambiente poselector­al en Brasil, con un Bolsonaro escatimand­o el reconocimi­ento de la derrota y enviando mensajes encontrado­s con su silencio inicial, pero dando luz verde a los trabajos de transición con el equipo de Lula.

En ese escenario confuso, sus aliados camioneros instalaron bloqueos a lo largo de la inmensa geografía brasileña mientras que muchos otros seguidores hicieron llamados delirantes a que intervinie­ra el ejército. Golpistas de una pieza, sin matices.

Esa intoleranc­ia retrata el ambiente poselector­al en Brasil

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