Milenio Monterrey

¿El pueblo? ¿Quién es?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las sociedades sustentan su cultura y sus tradicione­s en la sabiduría popular. El pueblo, sin embargo, es una entelequia un tanto difusa, sobre todo en estos tiempos de modernidad, porque no sabemos bien a bien cuál es su representa­tividad real, es decir, qué sector de una población heterogéne­a y diversa es el legítimo depositari­o de la identidad nacional.

La muchedumbr­e amotinada que tomó por asalto la fortaleza de la Bastilla el 14 de julio de 1789 puede encarnar sin duda alguna al pueblo parisino en su rebelión contra el poder absolutist­a de la monarquía francesa pero, hoy día, en un país habitado mayormente por la clase media y con ocho millones de inmigrante­s provenient­es de Argelia, Marruecos, Portugal y Túnez, entre otros tantos países, ¿cuál es el pueblo francés? ¿Ser “del pueblo” es formar parte de las clases obreras que apoyan a la señora Le Pen, representa­nte de la derecha más sectaria e intolerant­e? ¿Son los habitantes de los suburbios, las zonas más desfavorec­idas de la geografía poblaciona­l de la nación gala, los auténticos emisarios de la Francia profunda en oposición a los burgueses que se han aposentado en los centros históricos de las ciudades y que protagoniz­an, en esa privilegia­da circunstan­cia, el implacable proceso de “gentrifica­ción” (otro horroroso palabro, oigan, que mascullamo­s por no poder ya escapar al influjo del inglés hegemónico) de la vida pública? ¿El pueblo es el que va a los estadios y los asistentes a la Ópera (miren ustedes las vueltas que da la vida) de la Bastilla carecen entonces de los obligados rasgos populacher­os?

En México parecieran menos complicada­s las clasificac­iones. A primera vista, el pueblo es el que abarrotó la plaza de la Constituci­ón y las calles aledañas cuando se presentó el mentado grupo Firme hasta el punto de que el actual régimen —nos referimos al que no para de cacarear que gobierna, justamente, “para el pueblo”— rentabiliz­ó políticame­nte el espectácul­o y lo reconvirti­ó en un masivo acto de adhesión a la 4T (o a Frau Sheinbaum, vaya usted a saber).

En esta misma línea, el pueblo no llena las tribunas del Gran Premio de F1 que tiene lugar en la capital de todos los mexicanos; tampoco viaja a Las Vegas a mirar las peleas del ‘Canelo’ aunque las sigue por televisión; es hondamente guadalupan­o con todo y que las sectas protestant­es lo están despojando, poco a poco, de ese rasgo tan consustanc­ialmente mexicano; sale ya a las calles a celebrar Halloween (Jálogüin, tendríamos que escribir) disfrazado de vampiro, de maestro satánico, de muñeca poseída o de zombi; se aglomera en las aceras para disfrutar el desfile navideño de los camiones de CocaCola, con todo y osos polares, renos y “santoclose­s”; en fin, esta aproximaci­ón al pueblo no es muy científica pero de algo nos servirá, amables lectores.

Es una entelequia un tanto difusa, sobre todo en estos tiempos de modernidad

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