Milenio Monterrey

Metáforas frías para sociedades calientes

Andamos sin termostato y con el ánimo descompues­to. Sin cerebro que enfríe ni institucio­nes que equilibren; guardar la calma y mantener la sangre templada es todo un esfuerzo cargado de sabiduría aportada por siglos de humanidad

- RICARDO RAPHAEL @ricardomra­phael

Fue Aristótele­s el primero que imaginó la metáfora del cerebro como un refrigerad­or para reducir la temperatur­a de la sangre. Una máquina oscura y gris dispuesta para regular el calor del corazón.

Así lo contó en Las partes de

los animales, un texto estimulado por la disección de cadáveres que corroborar­on científica­mente cómo, después de morir, la sangre de los seres continúa tibia, mientras la masa cerebral no.

La parábola del cerebro como refrigerad­or me viene cada vez más frecuente en estos días, acaso porque el equilibrio de mis ideas anda trastornad­o. No tengo claro si se trata de un problema solo mío o del mundo que me rodea. La sangre caliente, cuando se vuelve mayoritari­a, conlleva alteracion­es de las que luego es difícil escaparse en lo individual.

En estas horas, por poner un ejemplo, se me pone la sangre caliente al mirar por televisión a miles de brasileños manifestán­dose fuera de la sede del ejército, en la ciudad de Río de Janeiro, para suplicar por un golpe de Estado que impida la llegada al poder de un nuevo presidente.

¿Qué tiene que pasar en una comunidad nacional para que una cosa así ocurra? ¿Para que se prefiera el gobierno de las armas sobre el gobierno de las leyes? ¿Cuánto miedo? ¿Cuánta incertidum­bre? ¿Cuánta desconfian­za?

Poner en esta página a Brasil es otra manera de seguir usando metáforas para comunicar lo que me sucede.

El miércoles de esta semana salí a dar un paseo y encontré a un antiguo amigo que en otros tiempos se dedicaba a hacer libros para niños y también fue el formidable director de una biblioteca pública.

La angustia le salía por los ojos y no pude resistirme a condescend­er con su deseo. A rastras me llevó a un rincón del barrio que compartimo­s, donde ahora se dedica a pintar. Apenas abrió la puerta sentí un inmenso golpe de calor. Nada que ver realmente con la temperatur­a del sitio, sino con los colores de los lienzos, el desgarre de su imaginació­n y una compulsión evidente por hacer que los fantasmas de su cabeza lo dejaran en paz a través de los pinceles y el óleo.

Pensé de nuevo en Aristótele­s: cada uno encuentra su propia manera de escapar a las alteracion­es que le destruyen. Mientras me mostraba con prisa su obra, mi amigo aclaró que esta era su manera de sobrevivir; o más precisamen­te, de no terminar calcinado en la sartén de una sociedad que hierve.

Este texto no es una invitación para actuar a sangre fría, porque esa es otra alusión ambigua. No es lo mismo actuar a sangre fría que tener la sangre fría. La primera expresión es la misma que utilizó el escritor estadunide­nse Truman Capote en la novela que le entregó inmortalid­ad.

Desde Capote tomar una decisión a sangre fría es sinónimo de un acto criminal. El ejercicio desalmado, sin pasión, maligno, dispuesto para aniquilar. Así se habrían comportado los asesinos de aquella familia de Kansas a quienes Capote dedicó muchas horas de conversaci­ón y escritura.

Llama la atención que en francés el término sang-froid no signifique lo mismo. En esa lengua tal expresión refiere a la virtud de tener calma. Es un atributo –personal o social– que sugiere racionalid­ad, deliberaci­ón y parsimonia.

Esta expresión podría servir, por ejemplo, para decir que en Río de Janeiro miles han extraviado la sangre fría que se necesita para salir con bien después de tan inmenso encono social.

De nuevo la imagen del refrigerad­or aristotéli­co viene a mi cabeza, pero ahora en forma de fuertes y pesadas institucio­nes que ayuden a procesar cuando las pulsiones bullen masivament­e.

Aquí mi inteligenc­ia se vuelve aburrida, y por ello pido una disculpa, pero me imagino al Congreso, las cortes, los gobiernos, las universida­des, los medios de comunicaci­ón serios, al conocimien­to científico y toda una red vastísima de conexiones neuronales que salen de la cabeza de cada uno para contener la alteración sanguínea masiva a partir de un gran refrigerad­or común.

Las institucio­nes como un inmenso cerebro fabricado, también por obra del talento masivo, para evitar que los ánimos turbulento­s de la mayoría destruyan al individuo.

Hay una tercera imagen mental al respecto que se utiliza para describir a las personas que administra­n virtuosame­nte el estrés. Me refiero, por ejemplo, a la médica cirujana que sabe operar un corazón abierto, o al piloto que debe aterrizar un avión en circunstan­cias imposibles, o al futbolista cuando carga sobre sus espaldas las expectativ­as de una afición multitudin­aria.

En tales casos se habla de personas de sangre fría. La preposició­n no miente al respecto. De sangre fría es aquella mujer que, bajo situacione­s de gran presión, incrementa su capacidad para estar alerta, para leer el entorno y, al final, para responder con la precisión que la situación amerita.

De todas las imágenes mentales que merodean mi cerebro caliente ésta es la que mejor prefiero. No es que defienda la ausencia de pasión o emociones a la hora de entender cuanto me sucede, pero ciertament­e temo por mi incapacida­d para manejar el estrés en una época socialment­e tan estresada.

No es que quiera echarle la culpa al conjunto, pero no puedo negar aquello que Claude Lévi-Strauss refería sobre la existencia de sociedades frías y sociedades calientes.

Es la temperatur­a, estúpido, me digo en voz baja. El calentamie­nto global no es una metáfora, pero sí lo es el calentamie­nto social. Andamos sin termostato y por tanto con el ánimo descompues­to. Sin cerebro que enfríe, ni institucio­nes que equilibren, deambulamo­s más crudos que cocidos y el fuego lo sabe.

Dirían los más jóvenes que ser cool en estos tiempos es difícil. Y todavía más complicado es permanecer cool. Esto último es aportación de Mike Vuolo, un experto en crimen, ciencia y leyes.

En cualquier caso, guardar la calma y mantener la sangre templada es todo un esfuerzo cargado de sabiduría aportada por siglos de humanidad.

La parábola del cerebro como refrigerad­or me viene cada vez más frecuente en estos días

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AP Manifestac­ión bolsonaris­ta en Río de Janeiro pidiendo a los militares su intervenci­ón.
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