Brasil 2022; México 2024
Concluida la “segunda vuelta” de su proceso electoral, Brasil no vive una fiesta popular sino la peligrosa pugnacidad de unos contra otros. Le será difícil lograr la concordia necesaria para su gobernabilidad. Por eso el futuro próximo no le es promisorio.
Lula alcanzó el 50.9% de los sufragios, Bolsonaro el 49.1%. En una democracia madura cualquier diferencia de votos es aceptable y aceptada; en un país partido en dos (por abusos, odios y resentimientos) si la distancia es pequeña, la reyerta poselectoral resulta inevitable. El resultado de los comicios sólo atiza las rencillas, y no permite la civilidad de cara al futuro.
Hoy, en innumerables avenidas de poblaciones brasileñas, vemos auténticos ríos humanos insultando al ganador (“¡Lula, ladrón, debes estar en prisión!”), y llaman al Ejército a impedir el gobierno del “usurpador”. No sé si hubo fraude pero el rechazo al electo es potente.
¿Recuerdan al payaso de aquí con la Bandera Nacional (ensuciándola en su rencoroso pecho) proclamándose “presidente legítimo” y taponando indefinidamente el Paseo de la Reforma?
Pues, en aquel país, frente al Cuartel General del Ejército los gritos son ensordecedores y desafiantes: “¡Estamos aquí en paz, el PT (partido de Lula) nunca más”. “Nosotros somos la resistencia civil de Brasil”. “Acabaron con Venezuela, con Chile, con Nicaragua; es peligroso que criminales, narcotraficantes, terroristas y malandros lleguen al poder”. “Nuestra bandera jamás será roja”. “Dios, Patria, Familia y Libertad”.
Y en medio de tales enfrentamientos el partido de Bolsonaro domina el Congreso, más de la mitad de las gubernaturas y otras instancias de gobierno.
Aunque los medios de comunicación pintan de rojo la mayor parte del mapa de Latinoamérica, por estar en el poder una mayoría de gobiernos definidos a sí mismos como “de izquierda” (?) no son nada desdeñables las huestes opositoras. Eso debe tenerse presente, sobre todo porque en política ninguna fuerza está derrotada a priori, ni gana o pierde para siempre.
No sabemos si el nuevo gobierno de Brasil acabará de nacer, pero, de ser así, muy lenta y complicada será la reconciliación nacional, porque los tambores de guerra no parecen estar próximos a callar.
A los mexicanos más nos vale parar mientes sobre esa realidad, pues a diario constatamos el acoso incesante y artero del pútrido oficialismo a nuestra democracia y sus instituciones.
Todas las calamidades nacionales (no producidas por la naturaleza) tienen su origen en la falta de respeto a la ley por parte de gobernantes y gobernados. El odio entre los mexicanos, atizado por Tartufo, impide el progreso y “la tranquila convivencia en el orden”. El mayor crimen de este sinvergüenza es ese, y enfrentarlo es un deber patriótico.
Por fortuna, México está despertando.