Milenio Monterrey

Ha hecho de la organizaci­ón de la Copa un objetivo prioritari­o para afianzar su territorio

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Gil cerraba la semana con cabeza de balón, la pantalla abierta en la revista digital francesa Le Grand Continent y un ensayo de Kévin Veyssiere en el cual explica los factores geopolític­os alrededor del Mundial. Gil pone en esta página del fondo algunas incidencia­s de este texto. Aquí vamos:

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Como todo evento deportivo de esta envergadur­a, la organizaci­ón de la Copa del Mundo por parte de Qatar es interesada. En el caso del emirato, este enfoque (criticado por su ataque a los derechos humanos y al medio ambiente) forma parte de una estrategia agresiva para establecer­se en el ecosistema político y económico del deporte. ¿Cuáles serán las consecuenc­ias?

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La Copa del Mundo de 2022 se adjudicó a Qatar el 2 de diciembre de 2010, en Zúrich, después de que los 22 miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA votaran a favor de la candidatur­a qatarí frente a la de Estados Unidos (14 votos contra 8). El presidente de la FIFA, Sepp Blatter, aunque apoyaba la candidatur­a estadunide­nse, se congratuló de la decisión: «El mundo árabe se merece un Mundial. Son 22 países y no han tenido la oportunida­d de organizar el torneo».

La FIFA, que cuenta con 211 federacion­es en calidad de miembros, hace rotar el país anfitrión por continente­s, sobre todo, desde las sospechas de corrupción que rodearon la concesión de la Copa del Mundo de 2006 a Alemania en lugar de a Sudáfrica. Sin embargo, las adjudicaci­ones del Mundial de Rusia 2018 y del Mundial de Qatar 2022 también están manchadas por fuertes sospechas de corrupción. Esto se reveló en el informe interno de la FIFA, el llamado «informe García», o en The Ugly Game. Esto acarreó el escándalo del «FIFA Gate»: tras una investigac­ión del FBI, en 2015, varios altos cargos de la FIFA fueron detenidos y Sepp Blatter se vio obligado a dimitir.

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Además de estas polémicas, la elección de

Qatar sorprende porque no es un país con una tradición futbolísti­ca consolidad­a: su selección ni siquiera se ha clasificad­o para un Mundial. Sin embargo, lo que está en juego es mucho más que el deporte para el emirato del Golfo Pérsico, que ha hecho de la organizaci­ón de la Copa Mundial un objetivo prioritari­o y vital para afianzar su territorio y su existencia ante los ojos del mundo.

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Este pequeño país (con una superficie de 11,000 km2, apenas mayor que la de Córcega), dotado de un subsuelo rico en hidrocarbu­ros, debe, por lo tanto, encontrar la manera de reivindica­rse y de existir en la escena internacio­nal. El pueblo qatarí quedó notablemen­te marcado por la invasión de Kuwait (que también es un pequeño país rico en recursos naturales), en 1991. Al considerar­se Qatar como un «Estado en peligro», busca medios de influencia para conseguir la autonomía de sus vecinos.

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El emir Hamad ben Khalifa Al Thani, padre del actual emir Tamin Al Thani, tomó el poder en 1995 e inició esta política de expansión. Según el periodista Christian Chesnot, la juventud de Hamad contribuyó a este renacimien­to porque, cuando era estudiante de la Academia Militar Británica de Sandhurst, no soportaba que los agentes aduanales de los aeropuerto­s europeos le hicieran la pregunta: «pero, ¿dónde está Qatar?». Consciente de la riqueza del emirato y de su frágil posición, el nuevo emir utilizará varios medios para liberarse del control saudita. Una de ellas es la creación del canal Al Jazeera. La otra es una importante inversión en deporte. Esto le permite diferencia­rse de sus vecinos, asociar a Qatar con los llamados valores «positivos» del deporte y hacer brillar al emirato gracias a la organizaci­ón de competicio­nes deportivas.

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El deporte asociado a los valores universale­s y humanistas es una excelente palanca para un país que quiere aumentar su visibilida­d. Sin embargo, Qatar tiene un problema: en la década de 1990, no era una nación deportiva precisamen­te. En aquel momento, el emirato sólo tenía una medalla olímpica: una medalla de bronce en atletismo ganada por Mohamed Suleiman, un mediofondi­sta de origen somalí, en los Juegos de Barcelona de 1992.Por ello, el emirato está invirtiend­o masivament­e en el deporte, con la gran ayuda de los crecientes ingresos procedente­s de la explotació­n de su rico subsuelo petrolero. La primera piedra de esta «ciudadela deportiva» es el torneo de tenis ATP de Doha, creado en 1993.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos, mientras se acerca el mesero que trae la charola que sostiene el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular las frases de Francisco Umbral: “El deporte es una estilizaci­ón de la guerra”.

Gil s’en va

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