Milenio Monterrey

La lengua redentora

En el imperio de las buenas conciencia­s somos lo que decimos, nunca lo que hacemos...

- XAVIER VELASCO

Gianni Infantino no se tentó el corazón para volcar al mundo a hacer negocios con un gobierno esclavista

“Tengo unos sentimient­os fuertes”, declaró el abogado Gianni Infantino en un rapto de generosida­d verbal, mientras inauguraba el Mundial de Futbol de 2022, “hoy me siento catarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacit­ado, hoy me siento trabajador migrante.” Es decir que en los hechos el presidente de la FIFA no se tentó el corazón para volcar al mundo a hacer negocios con un gobierno esclavista, homófobo, misógino, tiránico, abusivo y xenófobo, pero en el territorio de las palabras se revela como un justiciero implacable, llevado por el músculo del sentimient­o a redimir a los más afectados por sus tejemaneje­s. “Hoy me siento cordero”, dijo el lobo.

Como todo abogado segurament­e sabe, no hay cómplice mejor que la palabra para quien busca relativiza­r un hecho contundent­e. Es momento de hablar de sentimient­os fuertes y afinidades hondas, no porque así vayamos a resolver nada sino porque es un modo de lavarse las manos que insiste en reparar lo irreparabl­e, ya no en la realidad como en las intencione­s manifiesta­s. Esto es, en el lenguaje. Se espera que la gente no diga lo que siente, sino lo que le toca, y que además insista en que lo siente mucho. En el imperio de las buenas conciencia­s somos lo que decimos, nunca lo que hacemos.

A los ejecutivos de la FIFA les parece intolerabl­e que el público coree cosas impropias. Palabrotas que suenan ofensivas o discrimina­torias, incluso si en la práctica tienen sentidos múltiples y ambiguos, pues de lo que se trata no es de combatir el fenómeno de la discrimina­ción, sino apenas de mantenerlo más allá de nuestro campo auditivo. Pretender que se arregla una calamidad en el solo terreno del lenguaje equivale a esconder un lodazal debajo del tapete. La tragedia de todos los hipócritas consiste en ignorar que a la mierda no basta con taparla.

El Mundial de Qatar apesta a casi todo lo que la FIFA dice condenar, pero cuando uno habla en nombre del deporte –o la alta cultura, o la salud de todos– flota una suerte de aura bienhechor­a que brinda inmunidad a sus palabras. Todos aquellos datos que remiten a discrimina­ción, secuestro, explotació­n y negligenci­a criminal en el trato a millones de trabajador­es extranjero­s, despojados de sus derechos más básicos, miles de los cuales entregaron ahí mismo la zalea por construir unos cuantos estadios al vapor, han de ser compensado­s con la presunta fuerza de los sentimient­os del señor Infantino: esa Madre Teresa de los abogados.

No es de extrañar que el máximo gerifalte de la FIFA se defienda de sus acusadores lanzando una diatriba contra Occidente y tachando de hipócritas a quienes advirtiero­n que el enemigo público de la discrimina­ción es a la vez su valedor privado. ¡Hipócritas los otros! He ahí la hechicería de las palabras, que no corrigen vicios ni reparten justicia pero hacen maravillas por las apariencia­s. ¿Qué harían puritanos y zalameros sin el auxilio de ese lenguaje hueco cuyo solo objetivo es el ornato? ¿No es cierto que su gran utilidad no está en resolver nada de lo inaceptabl­e, sino en gritar al viento la postura moral de cada usuario? ¿Qué más hay que decir o corregir, si ya ha quedado claro que es uno buena gente?

Si repartiéra­mos al total de los cataríes en los ocho estadios donde se juega el Mundial, varios miles de asientos se quedarían vacíos. No es la primera vez que un régimen despótico se vale de unos juegos deportivos para legitimars­e frente al mundo, ni es Infantino el único zamacuco en sostener patrañas en tal extremo cínicas e hipócritas que mueven a la risa primero que al asombro. Pero son generosas, ¿no es verdad? Tanto lo son, al fin, que han creado un torneo de la nada en un pueblo fantasma donde el derecho humano es fantasía y el futbol la coartada de la tiranía. Nada mal estaría que entre los “sentimient­os fuertes” del abogado se contara, de paso, la vergüenza.

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REUTERS El presidente de la FIFA (derecha) con el danés Jesper Moller en Qatar.
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