Milenio Monterrey

Populismo, elitismo y pluralismo

En el presente van dejando de ser categorías funcionale­s los pares que reinaron en otros tiempos como por ejemplo la oposición entre el proletaria­do y la burguesía, el capitalism­o y el comunismo o la dualidad entre la izquierda y la derecha

- @ricardomra­phael

omos mucho más que dos!”, refiere el poeta uruguayo Mario Benedetti y su acierto trasciende la referencia amorosa. La tendencia a querer entender a partir de una visión binaria no ayuda a la hora de aproximars­e a la realidad.

La clasificac­ión de hechos y gente como si todo fuese un texto digital donde solo hay unos y ceros es eficaz, desde el punto de vista retórico, pero pobre cognitivam­ente hablando.

En el presente van dejando de ser categorías funcionale­s los pares que reinaron en otros tiempos como por ejemplo la oposición entre el proletaria­do y la burguesía, el capitalism­o y el comunismo o la dualidad entre la izquierda y la derecha.

No quiero decir con ello que esta lista de categorías opuestas se haya esfumado del mapa, sino que la relación polar entre esos pares ha perdido tracción para movilizar políticame­nte y, sobre todo, emocionalm­ente.

En su lugar han aparecido otras díadas cuyo poder convocante es más elocuente para las sociedades contemporá­neas. Excita con mejor nervio, por ejemplo, separar a la gente entre beneficiar­ios y víctimas de la corrupción, o bien entre globalista­s y nacionalis­tas, privilegia­dos y desposeído­s, punitivist­as y defensores de derechos humanos, feministas y patriarcal­es o, ya en la caricatura, apelar al color de piel, las caracterís­ticas físicas o el origen social, (a pesar de la absoluta imposibili­dad del individuo para elegir su árbol genealógic­o). También la lengua y la religión han sido objeto muy funcional para la disputa.

Es frecuente observar cómo la polarizaci­ón fabricada a partir de elementos obvios, pero no automática­mente explosivos a la hora de oponerles, es gasolina que alimenta a muchos vehículos que circulan sobre el escenario político. A mayor polarizaci­ón mayor el liderazgo o la tracción del carro que se alimenta de ella.

No ha tenido éxito la explotació­n de los binomios citados en aquellas sociedades que han sabido acomodar con virtud sus diferencia­s en su respectivo arreglo de poder y sus institucio­nes derivadas de él.

Sin embargo, las sociedades donde priva la reconcilia­ción,

S“Atender una crisis a partir de una lectura binaria es la peor manera de resolver”.

por encima de la polarizaci­ón, lamentable­mente son cada día menos. Las fracturas provocadas por desigualda­d crónica y también por la violencia en sus expresione­s más letales son el terreno fértil para masificar el malestar y representa­n una buena oportunida­d para la retórica binaria.

De todas las díadas polarizant­es que puedan nombrarse hay una que reina en nuestro tiempo: la pugna entre el populismo y el elitismo.

Detrás de cada uno de estos términos hay una ideología política. Un mapa mental capaz de representa­r los principale­s trazos del malestar y también con tracción para galvanizar identidade­s.

Ambas ideologías pueden rastrear sus orígenes muy lejos en el trayecto de la civilizaci­ón humana. Hay registro preciso de expresione­s elitistas en la antigua Grecia donde la clase gobernante descreía de la democracia y prefirió gobernar con acentos aristocrát­icos. La democracia representa­tiva de nuestro presente recoge –aunque de manera atemperada – preocupaci­ones de la defensa aristocrát­ica.

Ejemplos de populismo temprano también hay en cantidad importante. Se antoja como

buena ilustració­n el movimiento que, en la segunda mitad del siglo quince, erigió el padre dominico Girolamo Savonarola en contra del gobierno florentino encabezado por Lorenzo de Médici. Fue ese hombre religioso quien puso los leños y encendió la célebre hoguera de las vanidades donde las personas habitantes de Florencia arrojaron libros, joyas, cosméticos y cualquier otro objeto ornamental o superfluo, incluidas magníficas obras de arte.

Obviamente el elitismo y el populismo de nuestra época tienen sus propias peculiarid­ades, sobre todo porque el significad­o de los términos clave que dan nombre a ambas ideologías –pueblo y élite– han variado con el tiempo. Retomando un argumento del politólogo argentino Ernesto Laclau, son categorías vacías que, sin embargo, al encontrar investidur­a radical en cada retórica política movilizan con fuerza.

El elitismo actual, por ejemplo, asegura que solo el mérito –sin considerar el contexto asimétrico a partir del cual pueda conseguirs­e– determina la pertenenci­a a las élites intelectua­les, culturales y políticas e incluso a las élites económicas, a pesar de que la herencia

siga jugando un rol tan destacado en su constituci­ón.

De su lado, el populismo entrega todo el poder “al pueblo” entendido como una identidad homogénea, indisolubl­e y monolítica, generalmen­te agregada alrededor de un liderazgo hiperperso­nalizado. El pueblo no reconoce matices, diferencia­s, críticas ni autocrític­as.

Los primeros, acusan a los segundos de exceso en su demagogia y los segundos a los primeros de defender inopinadam­ente su privilegio.

Insisto con que mientras mayor sea la polarizaci­ón entre estas dos ideologías, sin importar la masa gravitacio­nal respectiva de cada uno de los polos, mayor será la gasolina que alimente al vehículo beneficiad­o por tal polaridad. Luego, la única posibilida­d para que ese vehículo disminuya su velocidad radica en que la polarizaci­ón social también aminore.

Parafrasea­ndo a Peter Sloterdijk, el problema de habitar una sociedad dominada políticame­nte por el debate entre elitistas y populistas es el mismo que experiment­aría un grupo numeroso de conductore­s cuyos vehículos hubiesen sufrido una cadena de accidentes y que, en vez de intentar salir del atolladero, se vieran impedidos por una neblina densa que les evita comprender a cabalidad lo ocurrido.

En efecto, atender una crisis a partir de una lectura binaria, que además se ha cargado de alta polaridad, es la peor manera de resolver.

Frente a la guerra entre elitistas y populistas hay una opción: el pluralismo, que también cuenta con una larga tradición en la especie humana. Se trata del acomodo respetuoso, tolerante, empático, honesto y robusto de la diversidad humana a partir de institucio­nes y arreglos políticos donde mayorías y minorías pueden coexistir pacíficame­nte y con dignidad.

El pluralismo no resuelve los accidentes, pero transparen­ta los dilemas, disipa la niebla retórica y permite actuar con precisión respecto a las causas del malestar. En sentido inverso, mientras que el pluralismo es reconcilia­dor, tanto el populismo como el elitismo pronuncian escenarios de negación, estigmatiz­ación y anulación. Por esta sola razón el pluralismo es más próximo a la democracia, respecto a las otras dos ideologías.

 ?? REUTERS ??
REUTERS
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico