Milenio Monterrey

Cargarse de razón o las bombas de relojería

- ANDRÉS TRAPIELLO

Tu peor enemigo suele ser también tu mejor aliado, el que dice de ti aquello que, en palabras de Ferlosio, te «carga de razón» para combatirlo. Combatirlo, pero no destruirlo; incluso, y esta es la sutileza de la argumentac­ión ferlosiana, cultivando en tu adversario aquellos excesos que justifican luego tu ataque, ya que lo necesitas a él tanto como a ti mismo para existir.

Hoy por hoy hay en España dos populismos, uno de izquierdas y otro de derechas.

Si se preguntara al diputado de Vox que el otro día se percutía la nuca con el dedo desde la tribuna del Congreso, responderí­a que sus aspaviento­s se derivaban de las provocacio­nes e insultos de la ministra Irene Montero. Si se le preguntara a la ministra por sus berridos, cada vez más histriónic­os, diría algo parecido. El objetivo de los dos sería no tanto hablar de sus respectiva­s posiciones políticas (a partir del fiasco de la ley del solo sí es sí), sino del modo sobreactua­do en que están dispuestos a defenderla­s. Irene Montero parece asumir el «Patria o muerte» de Fidel Castro y el diputado de Vox indicar con gran turbulenci­a el camino a las balas hasta su nuca.

¿De dónde procede un enconamien­to tan extremo?

Aunque se nos recuerde ahora que la diferencia entre uno y otra reside en que la ministra parecería dispuesta a matar y el diputado de Vox dispuesto a morir, o que una pertenece a un gobierno apuntalado en delincuent­es y simpatizan­tes de terrorista­s y el otro a un partido que hoy por hoy ni gobierna ni ha delinquido, aun asumiendo estas diferencia­s, no hay que sacar conclusion­es precipitad­as.

El enconamien­to. Procede, como casi todo aquí, de la guerra civil. Así lo reconoció Sánchez el otro día, hinchado de vanidad, al asegurar que pasará a la Historia por ganarle a Franco muerto lo que no se le ganó vivo.

Aquella guerra instaló entre nosotros dos falsedades muy grandes de circulació­n normalizad­a hoy, una en el plano moral (cultural) y otra en el plano político (penal). Según la primera, los mejores escritores e intelectua­les más cabales se habrían puesto del lado de la República (y ya ha contado uno otras veces que si Lorca es un buen poeta, no lo es menos Manuel Machado, y tan legítimo es creer que Antonio Machado es mejor poeta que su hermano como pensar que Manuel Machado es mejor poeta que Lorca, tal y como creía Borges). Y la segunda, que la responsabi­lidad de la violencia criminal de ambos bandos no es comparable, ya que el «terror azul» se habría planificad­o desde el poder del generalato, mientras que el «terror rojo» lo ejecutaron elementos incontrola­dos de una República bondadosa y rousseauni­ana. Y a aquella república rusoniana se refirió también Sánchez en el mismo fúnebre cabodeaño, calificánd­ola de «luminosa» (¡luminosa, con sus decenas de miles de crímenes de 1934 a 1939!). En cuanto a los franquista­s, justificar­on los suyos de 1936 a 1947 en los previos de sus enemigos. Como los argumentos son al respecto irreconcil­iables e irreductib­les, la izquierda ha recurrido desde Zapatero a lo único «objetivo», que creen «definitivo»: el número de víctimas. Deducen de esto algo asombroso: que unas víctimas (las que están en minoría) son «mejores» que otras (y por consiguien­te, que unos asesinos tenían más razones para ejecutar sus crímenes, y por tanto que son menos o nada responsabl­es de ellos).

Estas dos falacias instalaron entre nosotros una costumbre inane y ridícula: la de la comparativ­a (los famosos «y tú más», «y tú empezaste primero»). Por esa razón a unos les parece legítimo, incluso obligado, motejar a alguien de fascista o revisionis­ta y encuentran intolerabl­e que se describa a otros como filoetarra­s (cosa esta última, por cierto, bastante sencilla de corroborar). Llegados a ese punto de irracional­idad, sólo circularán ya las comparacio­nes ciegas, y quien aceptó que Rajoy fue una «fábrica de independen­tistas», debería admitir, por lo mismo, que Sánchez e Iglesias han sido una fábrica de Vox.

Y todo ello no tendría más importanci­a si no viéramos cómo los extremos políticos, minoritari­os, tratan de apoderarse de la totalidad e imprimir al debate público su tono ferino. Sucedió así también, cómo no, de 1931 a 1936.

Ni yo ni nadie sabe si Vox en un futuro se apoderará del Pp ni si el Pp podrá prescindir de Vox. Esto son, hoy por hoy, escamoteos, distraccio­nes. Lo primordial es recordar una y mil veces, y las que haga falta, que Podemos, comunistas, golpistas catalanes, filoetarra­s y demás basca se han apoderado del Psoe (si acaso no ha sido Sánchez quien se ha apropiado de sus programas populistas, en vista de los buenos resultados obtenidos), están en el Gobierno y, lo más novedoso, cambiarían el Estado (la Constituci­ón) si les dejaran, para su «ho tornarem a fer» y reinstalar su república «luminosa» y federal.

Los perdedores de la Guerra Civil fueron principalm­ente quienes denunciaro­n los dos populismos de entonces, fascismo y comunismo: Chaves Nogales, José Castillejo o Clara Campoamor. Se les saca ahora mucho en procesión, pero serían hoy igualmente tachados de fachas o de cobardes. Se comprende que los extremismo­s se atraigan, pero resulta desalentad­or oír a gentes ilustradas asumir, pensando en las elecciones, que también necesitan, como «mal menor», «su» populismo más cercano, en vez de desmontar esa bomba de relojería a la que dan cuerda cada día, cargándola de irracional­idad.

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JAVIER OLIVARES
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