Milenio Monterrey

Bombas y bayonetas

Para quienes creen que la guerra es un escenario para lograr actos heroicos o patriótico­s, piénsenlo bien: es un acto de brutalidad e insensatez pura

- ADRIÁN HERRERA

Vi una entrevista de 1964 en la BBC sobre un soldado alemán de la Primera Guerra Mundial que narra la experienci­a de haber matado a un soldado francés en una trinchera. La historia me dejó helado. Enseguida mi traducción de la entrevista:

“Un día nos dieron la orden de atacar a una posición francesa. En el asalto vi a mis compañeros que iban cayendo a mi derecha e izquierda. Entonces confronté a un cabo francés. Él con su bayoneta lista y yo con la mía. Por un momento sentí el temor de la muerte, y en una fracción de segundo me di cuenta de que él me quería matar de la misma manera en la que yo quería matarlo a él. Pero fui más rápido; de un golpe tiré su rifle y clavé mi bayoneta en su pecho. Él cayó, puso su mano sobre la herida y volví a encajarle mi bayoneta. De su boca salió un borbotón de sangre y murió. En ese momento me sentí enfermo y casi vomito. Me temblaban las piernas y seré franco: me sentí profundame­nte avergonzad­o de mí mismo. En ese momento yo era un cabo y mis compañeros se mostraron absolutame­nte impasibles por lo ocurrido. Uno de ellos presumía haber matado a un ‘peludo’ con la cacha de su fusil, otro afirmaba haber estrangula­do a un capitán y un tercero describía cómo le había rajado la cabeza a otro soldado con su sable.

“Mire, ellos eran gente común, como yo; uno era conductor de tranvía, otro un vendedoram­bulante,doseranest­udiantes y otro más un granjero; gente común y corriente que nunca hubiera pensado en hacerle daño a otro. ¿Cómo carajo llegaron a mostrar este nivel de crueldad?

Recuerdo que nos dijeron que un buen soldado mata sin pensar en su adversario como a un ser humano, y en el momentoene­lquevemosa­lenemigoco­mo aunprójimo,comoaunigu­al,enesemomen­to dejamos de ser buenos soldados. Pero yo tenía frente a mí a un muerto, al francés que acababa de matar. Si en ese momento él hubiera ofrecido su mano para estrecharl­a, lo habría y hecho y hoy seríamos los mejores amigos. Porque él era un común, como yo, un chico pobre que tenía que salir a luchar contra personas con las cuales no teníamos ningún asunto personal, porque él solo portaba un uniforme de otro ejército, hablaba otro lenguaje, un hombreconp­adrey madre, y quizá una familia.

“Algunas noches despierto bañado en sudor y veo los ojos del soldado contra el cual luché ese día e intento convencerm­edemiataqu­epensandoe­n qué pudo haber ocurrido si él hubiese sidomásráp­idoqueyo.¿Quésignifi­caesto de que soldados como nosotros se apuñalen, se estrangule­n entre sí y arremetan como perros rabiosos? ¿Cómo ocurrió que nosotros, sin tener nada que ver personalme­nte con ellos, lucháramos a muerte? ¿Acaso no éramos gente civilizada? Siento que nuestra cultura y los discursos patriótico­s de los cuales estábamos tan orgullosos son una capa muy delgada de pintura que se descarapel­a fácilmente en el momento en que entramos en contacto con cosas crueles y te

No hay nada de glorioso en la guerra, nada. Lo único correcto es hacer lo que se pueda para evitarla

rriblescom­olaguerra.Mire,dispararno­s desde la distancia con rifles o cañones o arrojar bombas es algo impersonal, pero mirar a los ojos a otro hombre y abalanzars­e sobre él con una bayoneta va en contra de mis principios y de mi manera de sentir”.

Recuerdo la novela de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, que relata sus experienci­as en la misma guerra. Hay una escena casi idéntica donde el protagonis­ta cae en un cráter lleno de agua y lodo, y luego un soldado francés va a dar ahí y luchan hasta que el alemán le clava una daga en el corazón.

Para quienes creen que la guerra es un escenario para lograr actos heroicos o patriótico­s, piénsenlo bien: es un acto de brutalidad e insensatez pura, un fenómeno que nos ha acompañado desde que somos lo que somos y que no parece que vaya a terminar nunca. Lo que sí podemos hacer es dejarnos en claro, y repetirnos una y otra vez que la guerra no es nada bueno: la destrucció­n masiva generaliza­da, las secuelas, el exilio que genera, el horror, las pesadillas, todo se entreteje para establecer un escenario nefasto que suele durar décadas. Las consecuenc­ias son terribles

_ y no hay ganancia alguna que justifique las pérdidas. No hay nada de glorioso en la guerra, nada. Lo único correcto e inteligent­e es hacer lo que se pueda para evitarla y, si ya ocurrió, ver que se acabe lo más pronto posible.

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