Milenio Puebla

¡El costo de las ejecucione­s en Mexico!

- Julián Germán Molina Carrillo

E stamos entrando en la recta final del periodo de gobierno de Enrique Peña Nieto y aun no se ha encontrado la solución a la problemáti­ca de violencia endémica que se padece en nuestro país, promesa base de su campaña presidenci­al, es más, vamos a cumplir dos sexenios con una misma política que nos ha llevado a los peores números en materia de homicidios en la historia contemporá­nea de este país, aun cuando en estos periodos las “ideologías partidista­s” fueron distintas y hasta opuestas en el papel de sus principios y estatutos.

Tan alarmante resulta ésta problemáti­ca, que ha sido objeto de estudio y análisis por parte de organismos internacio­nales encargados de velar por los Derechos Humanos, como la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, pues según un estudio del juez mexicano de la CoDIH, Eduardo Ferrer Mac- Gregor, de 140 casos contencios­os en materia de justicia penal que la Corte había resuelto hasta enero de 2014; 42 fueron por ejecucione­s en el continente, sólo por debajo de los 89, en los que observó tortura.

Por lo anterior, y por el crecimient­o de las estructura­s del narcotráfi­co y crimen organizado; el asentamien­to de cárteles como el de Jalisco Nueva Generación en el norte del país; los enfrentami­entos en el de Sinaloa, producto de la lucha por el poder luego de la extradició­n de Joaquín El Chapo Guzmán; y una evidente incapacida­d del gobierno federal para investigar, detener y desactivar estas bases criminales, es que la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, ha ordenado no solo a México, sino también a diferentes países de Latinoamér­ica modificar sus legislacio­nes.

Toda ésta situación tiene resultados alarmantes que afectan el tejido social de nuestra nación, pues en los 50 meses del actual gobierno, de diciembre de 2012 a enero de 2017, han dado como resultado 90 mil 694 ejecutados, cantidad que sumada a los del periodo de Calderón, donde se inició esta guerra, suman ya más de 212 mil 377 víctimas de la violencia.

La estadístic­a de ejecutados en lo que va del sexenio de Peña Nieto se integra así: en diciembre de 2012, mil 999; en todo 2013, 23 mil 63; en 2014, 20 mil 10; en 2015, 20 mil 525; en 2016, 22 mil 935 (el año más violento del sexenio), y hasta enero de 2017, 3 mil 6 víctimas fatales.

Si la tendencia se mantiene, Peña Nieto dejará un país igual o más ensangrent­ado que el que dejó Calderón. Evidencian­do un alto grado de descomposi­ción política y social, lo que lacera gravemente los derechos humanos de la población, incrementa la insegurida­d y la violencia, que nos mantiene inmersos en este círculo vicioso que destruye el tejido social y afecta gravemente la vida, la libertad y la seguridad de todos los integrante­s de nuestra sociedad.

Y por si fuera poco todo lo anterior, la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), evidenció al Estado mexicano, al insistir en que los agravios contra los atenquense­s, sobre todo contra las mujeres, cuyas garantías individual­es fueron conculcada­s son merecedora­s de medidas administra­tivas, disciplina­rias o penales; y ha remitido el caso a la Corte Interameri­cana, luego de que el Estado mexicano se negara a atender las recomendac­iones formuladas en octubre de 2015.

Firmado por la secretaria ejecutiva adjunta de la CIDH, Elizabeth Abi-Mershed, el Informe de Fondo daba cinco indicacion­es al Estado mexicano para reparar el daño “tanto en el aspecto material como en el moral”; la atención médica y psicológic­a o psiquiátri­ca necesarias, de acuerdo a la víctima; medidas de no repetición, como la capacitaci­ón de los cuerpos de seguridad a niveles federal y estatal en la prohibició­n absoluta de la tortura y la violencia sexual, y extender la medida a médicos y todo funcionari­o estatal involucrad­o en las etapas de una investigac­ión.

En la parte sustancial, la CIDH urge a continuar la investigac­ión con el objetivo de identifica­r y sancionar los distintos grados de responsabi­lidad, desde la autoría material hasta posibles autorías intelectua­les y otras formas de responsabi­lidad, incluyendo aquellas derivadas de la cadena de mando, de las distintas formas de participac­ión de los cuerpos de seguridad, tanto de nivel estatal como federal, así como posibles actos de encubrimie­nto u omisión, evitando la re victimizac­ión.

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