Ella ganó
Pedir legalidad en un proceso electoral en este Estado es situado, por los comentólogos oficiales, como ser un mal perdedor
Ella ganó, no es justo”, me escribió mi esposa la madrugada del 5 de junio pasado con referencia al evidente, aunque no oficial, triunfo de Morena y su candidata, Delfina Gómez Álvarez, en el Estado de México.
Un mensaje que muestra la contrariedad ante un sistema no democrático, que en caso de serlo, sabemos quien estaría perfilada para gobernar a partir del 16 de septiembre esa entidad.
Pero no, ni el Estado de México ni el país es democrático, veamos Coahuila y la disputa que la derecha sostiene, reclamando su triunfo a manos de una estirpe de la misma mafia que vulneró la voluntad ciudadana de los mexiquenses.
Tampoco vivimos en un país justo, de acuerdo al espíritu de las leyes que el Barón de Montesquieu señaló hace casi tres siglos en la obra del mismo nombre, o basados en la división de poderes de Jean-Jacques Rousseau.
Es altamente claro que hay un poder presidencial que, aunque agonice tirado al suelo en la popularidad, sostiene, bajo la gran cadena corrupta que encabeza, el hilo conductor de cada esbirro dispuesto a crecer su fortuna, aumentar un escalafón o simplemente a no perder lo adquirido a costa de agregarle una rayita más al tigre.
Lo que nos hace un país fraudulento en su conjunto, no sólo en su sistema electoral. Y este periodo presidencial hemos sido víctimas del más prototípico de sus seres. Si alguien explica con suficiencia la realidad violenta, injusta, antidemocrática, inequitativa y jodida de México, es Enrique Peña Nieto, sin duda.
Quien, como se ha señalado, optó por una victoria pírrica antes que permitir una salida a la válvula de escape que terminará por expulsarlo con gran enojo social, hacia una madriguera que no podrá protegerlo del juicio histórico.
Mientras, pedir legalidad en un proceso electoral en este Estado es situado, por los comentólogos oficiales, como ser un mal perdedor, cuando en realidad, quienes no son capaces de exigirla, abren la oportunidad para que la descomposición los alcance y nadie les brinde el menor asomo de ella cuando sean víctimas directas de esa delincuencia, que habita los espacios de gobierno tan campante como aquéllos sicarios que dominan calles de pueblos y barrios citadinos sin pudor.
Si por el contrario, retomamos al proceso electoral del pasado domingo como la oportunidad para la reflexión sin tapujos sobre lo que podemos hacer el año entrante, podemos ser activos votando, ser activos evitando y negando la compra del voto, participar abiertamente durante la jornada y en días previos para prevenir que una vez más y en nuestro deterioro, el de todos, quien triunfe sea la injusticia, la ilegalidad y establezcamos un parteaguas en donde quien gobierne los próximos seis años sea quien el pueblo elija y no quien una fuerza tramposa imponga con el silencio impune de quienes padeceremos el mal gobierno que un tramposo hará. Quienes sostienen la imposibilidad de conseguir ese triunfo, que no será de un partido político, o de sus candidatos, sino un avance ciudadano y popular, son los herederos de quienes vaticinaron la derrota independentista de hace dos siglos, o el triunfo de la República en la Guerra de Reforma, y más recientemente, la silenciosa salida de Porfirio Díaz en el Ypiranga hace un siglo. Son también los derroteros de los avances democráticos que han acontecido en Brasil, Bolivia, Ecuador o en Centro América. No podemos seguir situando a México en el ignominioso estado del Estado en donde no pasa nada, y si pasa, sólo es para que todo pueda seguir igual. Recordemos que el proceso electoral no le pertenece ni a los gobiernos ni a quienes los encabezan, mucho menos a los partidos o sus militantes o candidatos, el proceso electoral es el medio por el cual las sociedades eligen a sus representantes, no estos a sus gobernados. Hagamos nuestro el proceso electoral de 2018 desde ahora, independiente del partido político o candidato de su preferencia, que se sepa que quien va a ejercer el cargo público es la persona que ganó gracias a la decisión popular, no a la imposición de unos cuantos que nos obligan a ser gobernados a todos por quienes ellos quieran. Si nos informamos, analizamos, criticamos y razonamos las circunstancias e informaciones que tengamos a nuestro alcance y nos damos el tiempo correcto para meditar el sentido de nuestra participación, y ésta la llevamos a cabo de manera colectiva, en nuestra colonia o barrio, defendiendo el resultado que sea que se obtenga en la casilla de nuestra cuadra, independientemente de quién haya ganado, haremos nuestra la elección, y con ello, habremos elegido a nuestro gobierno, sin permitir que otros lo hagan por nosotros.