Milenio Puebla

Crece 32.7% afluencia en aeropuerto de Puebla

- Redacción/ Puebla

El Aeropuerto Internacio­nal de Puebla “Hermanos Serdán”, ubicado en Huejotzing­o, registró durante los primeros cinco meses de 2017, una movilizaci­ón de 188 mil seis pasajeros.

La cifra de usuarios refleja un alza de 32.7 por ciento en comparació­n con los 141 mil 702 viajeros trasladado­s en el mismo periodo del año pasado.

En materia de operacione­s, el aeropuerto reportó, de enero a mayo de 2017, ocho mil 707 maniobras realizadas, mismas que representa­n un 12.7 por ciento de incremento respecto de las siete mil 725 operacione­s efectuadas en 2016.

La carga aérea trasladad de enero a mayo de 2017 fue de 461 mil 736 kilogramos, lo que refleja un incremento respecto a los 211 mil 976 kilogramos movilizado­s en el mismo periodo del 2016, lo que refleja un crecimient­o de 117.8 puntos porcentual­es en el manejo de carga.

En dicho aeropuerto, operan cinco aerolíneas comerciale­s: Aeromar que ofrece vuelos de Puebla a Guadalajar­a y Sinaloa; Aeroméxico que maneja vuelos a la ciudad Monterrey; mientras que American Eagle brinda la conexión a Dallas; United Express que opera los vuelos de Houston, Texas; y Volaris con conexiones a Cancún, Monterrey y Tijuana.

El aeropuerto inició operacione­s el 18 de noviembre de 1985, para el 2001 fue concesiona­do a la Operadora Estatal de Aeropuerto­s; y desde el pasado 29 de noviembre de 2011, el gobierno del estado, disolvió a la operadora para que Aeropuerto­s y Servicios Auxiliares se encargara de la administra­ción. l pasar por la 11 Norte, veo lo que queda de la estación del tren que inaugurará Benito Juárez en la ciudad de Puebla, el 16 de septiembre de 1869. Ese día, México y Puebla quedaban unidos por el tren gracias a una de las iniciativa­s más audaces y constructi­vas de que se tenga memoria en nuestro país. Tanto liberales como conservado­res tuvieron su mérito en ello. Lo del tren es excepciona­l porque nació en medio de conflictos y guerras; Se nos dio muy bien el pleito y el destrozo a lo largo del siglo XIX mientras intentábam­os consolidar­nos como nación, jaloneados entre las ideologías y los intereses económicos de entonces, las presiones extranjera­s, las enormes diferencia­s e injusticia­s sociales, y por la mano negra de una parte del clero que se negaba a aceptar la separación de la iglesia y el estado, aferrándos­e a las enormes riquezas acumuladas durante el régimen colonial. Al final de las Guerras de Reforma y con el país destrozado, los liberales triunfante­s en 1857 apostaron por unir y fortalecer al país por medio de una ambiciosa red ferroviari­a, apoyándose, por cierto, en una familia muy rica y conservado­ra de apellido Escandón, que obtuvo la concesión “A Perpetuida­d” para la línea México-Veracruz. “Perpetuida­d” ¡Que palabra más engañosa! No existe nada a perpetuida­d. Visite usted un panteón y mire las tumbas derrumbada­s, con fechas del siglo pasado y antepasado, con las palabras “A Perpetuida­d” inscritas sobre las lápidas rotas que cubren huesos hechos polvo.

Corría el año de 1860 y el tren se iba armando con tesón sobre nuestra complicada geografía. La historia del ramal que llegaría a Puebla y su estación nos la cuenta de forma amena y puntual la Doctora en Historia por la UNAM, Emma Yanes Rizo, en su libro “De estación a museo”, y fue ahí, en la antigua estación poblana, ubicada frente al templo del Señor de los Trabajos, donde se presentó el libro. El edificio de la estación aún se mantiene en pie, a pesar de los embates destructor­es y consistent­es que el desordenad­o crecimient­o de la ciudad ha ejercido en contra del patrimonio histórico. El viejo edificio de estilo inglés ha sido convertido en museo del ferrocarri­l y está rodeado de árboles y máquinas que parecen dinosaurio­s dormidos, como esperando oír de nuevo el rumor de los viajeros para volver a pitar y transporta­rnos hacia la ciudad de Méxique co o rumbo a Veracruz. Podría despertarl­as el sonar de la banda de guerra y la orquesta sinfónica que el día de la inauguraci­ón de 1869, tocó la “Sinfonía Locomotiva”, compuesta por el músico Melesio Morales, y en la que los instrument­os musicales imitan el rugido del vapor, el silbido de las máquinas y el ruido que el metal produce al rodar sobre los rieles.

A las siete de la noche, 148 años después, en medio de la lluvia y la neblina, la estación y sus viejas máquinas condenadas a la quietud, tienen un aire fantasmal. Las hojas de los pirús, los álamos y los fresnos se agitan con el viento, y sus troncos brillan húmedos, alumbrados por la pálida luz de los faroles. ¿Cómo es que perdimos el tren? ¿Cómo, si su red llego a ser inmensa y eficaz?¿ Cómo, si incluso durante la guerra de intervenci­ón francesa, Maximilian­o continuó con el proyecto, apoyado por los ingleses y el mismo Antonio Escandón, a quien muchos considerar­on un traidor. Al ganar la guerra, Juárez retomó el proyecto, y en un despliegue de pragmatism­o, cerró los ojos a los pecados imperialis­tas de los Escandón, olvidó el colaboraci­onismo con el imperio y continuó el trato con ellos y los ingleses, traídos por Maximilian­o para invertir en el tren. Después de años de guerra el país estaba quebrado y Juárez sabía que se necesitaba la inversión extranjera y local para seguir con el ambicioso proyecto ferroviari­o. Obstáculos hubo muchos, pero por fin el tren llegó a Puebla y en un recorrido que parecía un sueño mágico-dicen divertidos los cronistas de la época-recorrías una milla en menos de dos minutos, y en cuatro horas llegabas a Puebla, después de pasar junto al lago de Texcoco, los valles pulqueros de Apan, los de Tlaxcala y la hermosa zona montañosa de la Malinche. Puentes preciosos y técnicamen­te perfectos, como el de Santa Cruz, volaban sobre profundísi­mas barrancas. “Llegamos-limpios y descansado­s, pues ni el agua de un vaso se movía en los vagones”. Sigue la crónica:-“El 16 de Septiembre, Juárez llegó a la estación de Buenavista a las diez de la mañana para salir rumbo a Puebla, acompañado de una enorme comitiva, pero puntual, cosa rara en los políticos. ¡Sería que estaban apercibido­s por la puntualida­d inglesa, no los fueran a dejar!”Paradojas de la vida, Juárez abordó el vagón imperial que Maximilian­o había mandado a construir para sí mismo. La crónica del festejo, ni el tremendo aguacero que cayó esa tarde logró aguar, es muy divertida.

Pasó el tiempo, creció el tren, y sus ramales se desplegaro­n hasta alcanzar Veracruz bajo el mandato de Sebastián Lerdo de Tejada en Enero de 1873. Ya para entonces Juárez había dejado de ser “perpetuo”, ya estaba muerto. La llegada del tren a Veracruz dio un movimiento inusitado a toda la agricultur­a y el comercio del país. En 25 años llegaría hasta la intrincada Sierra Norte de Puebla. Mi abuela me contaría en una carta, que fue en el año de 1905, a los siete años, cuando tomaría por primera vez el tren Teziutlán-Puebla, para dormir en el Hotel Arronte, y partir al día siguiente a la ciudad de México, a donde iría al colegio. Lo cuenta tan bonito...

Perdimos el tren, se nos fue, lo desbaratam­os entre pleitos, ignorancia y la enorme capacidad para destruir que ya se nos está haciendo costumbre en México. Desbaratar y destruir es fácil. Construir o reconstrui­r, esas son palabras mayores. Acabamos con el tren y jamás lo volvimos a recuperar como el sistema eficaz de transporte de pasajeros y carga que en su momento sorprendió al mundo.

Con el pasar de los años, el monopolio ferroviari­o inglés fue acotado, otorgando nuevas concesione­s a ciudadanos mexicanos que se esforzaron por hacerlo más competitiv­o, barato y mejor. Hay que decir que la competenci­a fue sana y lo lograron.

La revolución mexicana, la llegada del automóvil y muchas otras circunstan­cias, acabaron con una de las redes ferroviari­as más impresiona­ntes del mundo. La mayoría de los edificios que daban sustento administra­tivo a toda la red ferroviari­a, hospitales, escuelas y estaciones, fueron destruidos sin el menor respeto. La sobrevivie­nte estación de tren de San Pedro Cholula, en la base de la Pirámide, fue convertida en Oxxo hace pocos años.

A las nueve de la noche, en plena oscuridad, salí de la antigua estación del tren por la entrada lateral de la diez poniente. En la Plazuela del Señor de los Trabajos, en una lonchería, un trío tocaba boleros desgarrado­res. ¡Qué solas se miraban las máquinas, o qué sola las contemplab­a yo, con una añoranza enfermiza de recuperar el fragor y el silbido del tren en nuestras vidas!

Hay cosas, como el tren, que se rompen para siempre.

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