Sólo un homenaje
P ermítame, respetable lector, en esta ocasión escribir en primera persona como testimonial, en virtud de que creo así expresar de mejor forma mi idea, que en este día va dirigida como un homenaje a todas aquellas madres del mundo que eventualmente han sufrido la adicción de alguno de sus hijos.
El pasado sábado, mi madre dejó el plano terrenal y regresó a la casa paterna, dejando entre sus hijos un legado de amor, ternura e incansable compresión.
Ella fue una de esas madres que, seguramente sin saber qué hacer, le tocó vivir y sufrir el alcoholismo de uno de sus hijos, el mío. Afortunadamente, al momento de partir, tuvo la satisfacción de haberme visto casi por 20 años sin volver a tomar una gota de alcohol, con todos sus beneficios.
Al despedirme de ella, recordaba el daño que esta enfermedad causa a toda una familia, pues apenas en diciembre pasado, en ocasión de las fiestas de fin de año, tuve una conversación muy productiva con mi madre a sus 82 años, en la que más allá de su agotamiento físico -producto de seis años de estar lidiando con las secuelas de una embolia que le cambió la vida-, lo que en realidad más reflejaba era esa serie de sentimientos encontrados de alguien que, me parece, comenzaba a poner en orden sus cosas para emprender el viaje sin regreso. “A ver madre, dime todos esos resentimientos y cosas que no te has permitido decir en tantos años y que me parece que hoy te tienen así”, le invité a abrir un diálogo con ella. “Son tantas cosas que no he dicho, tantas decepciones, incluyendo el no entender por qué tuviste que haberte ido por el camino de la bebida”, sentenció con voz pausada, pero firme.
Suponiendo que como había pasado ya tanto tiempo desde que yo había dejado de beber, eso era tema cerrado. Me sorprendió que mi alcoholismo, que dejó de estar activo en ese entonces por 19 años, seguía siendo uno de los malestares que mi madre tuvo que enfrentar durante su vida.
Ella expresaba que no entendía si había hecho algo mal como madre y se había sentido impotente de no prevenir una enfermedad así de uno de sus hijos, aunque, por supuesto, agradeció los casi 20 años de sobriedad que la vida nos regaló juntos y reconocía como un milagro.
“Tú hiciste un gran papel como madre, me diste a mí y a mis hermanos los mejores años, hiciste lo que estaba a tu alcance en tus circunstancias para que cada uno de nosotros enfrentara la vida de la mejor manera, con todo y sus claroscuros y con todo y los tropiezos que podamos haber tenido, así que siéntete satisfecha de haber sido la mejor madre que pude haber elegido para aprender lo que me tocaba venir a trabajar en este plano”.
Apenas a unos días de su partida, comparto estas líneas que más allá de todos los conocimientos que pueda haber aprendido durante mi posgrado en la especialidad de adicciones, este testimonio de mi madre me expresa que sin importar el tiempo transcurrido, el daño que una adicción causa al adicto y a la familia deja hondas heridas y si bien hay forma de prevenir, hoy doy gracias a que existen tratamientos familiares para que todos sanen lo que cada uno deba sanar.
Afortunadamente, en lo que al alcoholismo respecta, ella se fue en paz y pudo expresar casi dos décadas después algo que permaneció en su alma por tanto tiempo y pudo liberar ante de partir. Descansa en paz mamá, muchas gracias por todo.