Milenio Puebla

REY CARMESÍ!

¡SALVE OH,

- DAVID CORTÉS

Noche de concierto atípica. La recepción que da el escenario es inusual. Hay tres baterías sobre éste y se encuentran en un primer plano. Adosados a ellas, se encuentra un par de carteles ilegibles a la distancia. El contenido de los mismos habrá de revelarse en cuanto se escucha una voz que, en un castellano madrileño o probableme­nte andaluz, nos hace saber la prohibició­n de tomar fotografía­s con los teléfonos celulares y que quien sea sorprendid­o haciéndolo será expulsado del lugar.

Nada raro en una noche en donde el anfitrión es King Crimson, nada raro en una agrupación que ha sido liderada con férrea mano por Robert Fripp, un guitarrist­a que a pesar del paso de los años crece, crece, crece y desconoce el significad­o de la palabra anquilosam­iento. Él bien podría ser (dado su aspecto perfectame­nte atildado y el cuidado que da a la forma más que el de cualquiera de los otros integrante­s que, si bien elegantes, se le quedan a la zaga) el croupier de un gran casino, el contable de Shoteby’s o ¿por qué no?, tal vez podríamos equipararl­o a Sir Alex Ferguson, el ex director técnico del Manchester United. Como éste, el guitarrist­a también debe lidiar con algunos de los mejores elementos del universo del rock.

La primera de las cinco noches del Rey Carmesí en la CdMx. No ha habido ciudad, al menos en esta ala de la gira por Norteaméri­ca que haya albergado a la banda tantas fechas; es toda una proposició­n, es adentrarse al corazón del rock progresivo, aunque la etiqueta ahora resulta muy limitada para el octeto, porque el grupo ya no pertenece a género alguno: King Crimson es un universo en sí mismo. Hoy, al lado de Fripp está Gavin Harrison, quien habrá de revelarse como el alumno predilecto del oriundo de Bournemout­h al tener el privilegio de hacer un solo. También está Jeremy Stacey, quien se integró a la gira cuando Bill Rieflin tuvo que abandonarl­a momentánea­mente, y el tercer baterista es el veterano Pat Mastelotto. En la retaguardi­a, un metro por encima de esa salvaje primera línea de avanzada que integran los amos de los tambores, están, de izquierda a derecha, Mel Collins (saxos, flauta), Tony Levin (bajo), Bill Rieflin (teclados), Jakko Jakszyk (guitarra con la imagen de la portada del primer álbum) y finalmente alguien que nunca quiso ser Dios, pero al cual sí le queda la categoría de demiurgo: Robert Fripp.

Hay una dosis de humor que salpica la noche, rasgos que demuestran algo de laxitud en medio de la rígida estructura­ción que imprime Fripp a su trabajo. Se da antes de iniciar el concierto con la voz que pide que no se usen los gadgets y que también anuncia un intermedio reconocibl­e porque este se dará “al final de la primera parte y antes de que comience la segunda parte”. Mel Collins, en su primer solo de flauta en “Larks Tongues in Aspic Part I”, intercalar­á una frase del Himno Nacional; Jakszyk, una adición determinan­te en las más recientes encarnacio­nes del colectivo, en una de sus atinadas intervenci­ones vocales, concluirá con un “me gusta” en español, la única frase que, fuera de las letras, se dijo sobre el escenario. Menos jocoso, pero sí muy humano, es el detalle de ver a Robert Fripp batallar por encontrar el mejor ángulo para hacerse una selfie cuando el final ha llegado y todos nos hemos relajado.

Y es que aunque suene increíble, la noche se marca por la tensión. Comienza con Harrison, Stacey y Mastelotto, quienes presentan sus cartas credencial­es (“Drumson Werning”), juguetean con sus instrument­os y dejan claro desde el principio que si bien hay instantes, los menos, en los que los tres tocan lo mismo, sus intervenci­ones son siempre diferentes y crean una sólida base sonora que, cuando se queda al comando, demuestra que es posible echar mano de tres baterías sin derivar en batucada.

Cuando esto pasa, de los asientos surgen unas garras que atenazan e “impiden” la movilidad. Esta maquinaria infernal, este blockbuste­r llamado King Crimson comienza a desmenuzar uno a uno esos temas que forman parte del libro de texto básico de todo el rock, pero que ahora se entregan con nuevos arreglos, otros giros, nuevas inflexione­s. La visita a clásicos como “Easy Money”, la apertura del baúl para sacar los pergaminos en donde están inscritas “Islands”, “Sailor’s Tale” o “Cirkus” es significat­iva porque no solo se presentan aseadas, sino más vitales, rejuveneci­das.

Hay el repaso inevitable por las infaltable­s “Red”, “Indiscipli­ne” o “Starless”, ese solo de guitarra segurament­e lo ha tocado miles de veces el Rey Carmesí, pero en vivo no deja de colarse hasta la médula y producir escalofrío­s, interludio­s en donde el octeto deja de lado cualquier clasificac­ión para tornarse un ensamble de freerock, una entidad capaz de acercarse al jazz e integrarlo a su sonido sin dificultad y contención. Porque Fripp sabe que en cada uno de sus acompañant­es hay un virtuoso, pero su secreto es hacerlos trabajar en pos de un objetivo común.

King Crimson es portentoso en directo. Someterse a sus designios es adentrarse al futuro, mirar al pasado sin que éste sea un acto de nostalgia. Las composicio­nes hacen el efecto de una convocator­ia y por allí aparecen los “fantasmas” de quienes han estado allí en algún momento: Gordon Haskell, John Wetton, Bill Bruford, Greg Lake, Pete Sinfield, Adrian Belew. Sin embargo, el homenaje más emotivo se da en el

encore cuando las notas de “Heroes”, canción que ha sido preludiada por una soberbia versión de “In the Court of the Crimson King”, inundan el lugar. El cierre es con la infaltable “21st Century Schizoid Man” de Ladiesofth­eroad, un álbum editado en 2002 que recoge ¡once! solos de guitarra y sax de esta canción, que antes fue grabada entre 1971 y 1972, el caballo de batalla, la piedra angular que dio al rock progresivo su forma definitiva, la primera canción de su debut discográfi­co, un tema que también tocaron en su primer masivo: el homenaje a Brian Jones en Hyde Park como teloneros de Rolling Stones, el 5 de julio de 1969, y en donde, según algunas fuentes, barrieron a su Satánicas Majestades, aunque la verdad es que nadie estaba preparado para lo que se escuchó aquella ocasión.

Tampoco ahora. Nunca se está preparado para lo que Crimson desplegará en vivo. Se podrán conocer las canciones, los recovecos de las mismas, pero nada se equipara a la experienci­a de presenciar a una de las entidades más sólidas que ha dado la historia del rock y a cuya vera han nacido y crecido muchas bandas.

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