Milenio Puebla

Vivir sin trabajar

¿Qué diría usted si el gobierno le ofreciera, solo por ser mexicano, 50 mil pesos al mes?, ¿aceptaría que por esa cantidad le redujeran, o le quitaran, su derecho al Seguro Social?

- Jordi Soler

E n 1470 el gremio alemán de grabadores en madera paralizó la producción, muy modesta en esos años, de los libros impresos que llevaban ilustracio­nes. La imprenta era un invento nuevo que amenazaba con dejar sin trabajo a amanuenses, copistas y grabadores: si cada grabado se reproducía decenas de veces en los libros, ¿quién iba a querer comprarle una pieza al grabador?

El miedo a ser desplazado por una máquina existe desde que se echó a andar la primera máquina y, en el siglo XXI, seguimos experiment­ando el mismo temor. Los grabadores alemanes no fueron desplazado­s por los grabados impresos en serie, pasó exactament­e lo contrario, la incipiente industria editorial, que producía libros ilustrados continuame­nte, les multiplicó el trabajo. En el siglo XX el cine vislumbró su final cuando apareció la televisión y ésta entró en crisis frente al

streaming de las tabletas y al final, maniobrand­o un poco, siguen coexistien­do todos, incluso los grabadores de madera que veían, hace más de quinientos años, su inminente desaparici­ón.

Hoy uno de los grandes temores lo inspira la digitaliza­ción de casi todo, ¿para qué sirve un contador, un archivador, un administra­dor, si hay un software que hace mejor ese trabajo y encima no cobra sueldo, ni prestacion­es, ni consume metros cuadrados en la oficina? Esos trabajos que efectivame­nte están siendo arrebatado­s por las máquinas, tienen su contrapart­e en la cantidad creciente de empleos que ofrecen las empresas

online, que requieren de un ejército de personas tridimensi­onales para producir su material etéreo. Para que funcione la nube ( the cloud), hace falta la nube humana ( the human cloud), y a esa multitud de trabajador­es que constituye­n la revista The Economist comienza a llamarla, con fina malicia, “el proletaria­do digital”.

Sin abandonar nuestro siglo pasemos ahora al proletaria­do tridimensi­onal. El gobierno suizo ofreció a sus ciudadanos mayores de edad una renta mensual de 2 mil 250 euros al mes (alrededor de 50 mil pesos) solo por ser habitantes de ese país. A los menores de edad ofreció 600 euros (unos 12 mil 500 pesos). A cambio de esa mensualida­d el gobierno reduciría las prestacion­es sociales, pues los ciudadanos ya podrían pagárselas, y aceptar ese dinero no implicaba dejar el empleo, o el negocio, que cada quien tuviera en ese momento. La mensualida­d tenía carácter general, iban a recibirla pobres y ricos sin distinción y, para el que tuviera empleo, esos 2 mil 250 euros iban a ser un sobresueld­o. El gobierno preguntó a los ciudadanos, por medio de un referendo, si aceptarían recibir esa cantidad mensual. El 77% de los votantes dijo que no, rechazó el dinero que le ofrecían.

¿Qué diría usted si el gobierno le ofreciera, solo por ser mexicano, 50 mil pesos al mes?, ¿aceptaría que por esa cantidad le redujeran, o le quitaran, su derecho al Seguro Social? Los suizos dijeron que no y el tema de la renta universal se debate hoy en todos los países europeos, los gobiernos buscan nuevas formas de administra­r el Estado.

50 mil pesos por cabeza solo puede ofrecerlos un país muy pequeño y muy rico, como Suiza, donde el salario medio es de 6 mil 538 euros al mes, unos 140 mil pesos.

¿Si el gobierno le diera a usted un sueldo al mes dejaría de trabajar? Claro que en México no serían 50 mil pesos, somos, a diferencia de Suiza, un país enorme, medianamen­te rico y lastrado por una colosal desigualda­d económica. La cantidad estaría basada en el salario mínimo, que por cierto es uno de los más bajos del planeta y quizá el ciudadano, al hacer las cuentas de las prestacion­es que le quitarían a cambio de ese dinero, terminaría diciendo que no, como los suizos.

El sueldo del gobierno ya existe en otros países, en Finlandia, en una región de Holanda y en otra de Canadá, que es el país pionero en este asunto. Entre 1974 y 1979 los habitantes, ricos y pobres, de un pueblo agrícola en Manitoba, recibieron durante esos años un salario mensual, añadido al que ya percibían los que trabajaban. Los resultados de aquel experiment­o ( A town with no poverty, en su versión online) revelan que la planta laboral no se resintió durante esos años, la gran mayoría conservó su empleo y solo dejaron de trabajar los adolescent­es y las madres con hijos pequeños.

Todo esto nos lleva a pensar, entre otras cosas, en la naturaleza del trabajo, que no solo sirve para generar riqueza (la del patrón, normalment­e), sino para mantener ocupado al personal, para que se concentre en ascender, en ganar posiciones en el organigram­a, en hacer carrera en lugar de estar pensando en su ociosidad pagada por el Estado, ¿cuál es el sentido de la vida?

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