Milenio Puebla

Mantuve la ilusión de vivir en la CdMx, pero el terremoto de entonces me hizo desistir; luego la caída de los hoteles donde me hospedaba cuando regresaba a este país me revelaron mis muy bajos ingresos

Hasta septiembre de 1985

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de entonces, más destructiv­o que el actual, me hizo desistir.

El que se cayeran todos los hoteles en donde me hospedaba cada vez que iba a la “ciudad de los palacios” no solo mostró el bajo nivel de ingresos que manejaba, sino además la vulnerabil­idad a la que me había expuesto. En el último viaje que pude hacer, a un foro sobre la “Construcci­ón de la democracia”, Julieta Castellano­s fue escogida por mayores méritos que los míos, por sus críticas a México, por rectora de la Universida­d Nacional Autónoma de Honduras o por más demócrata.

Desde los 60, me ha apasionado la vida de Francisco Villa, El Centauro del Norte, al extremo que espero, antes de terminar mi ciclo vital, recorrer las zonas en que dirigió sus geniales combates; ir a Canutillo, donde creó un experiment­o cooperativ­o que muestra que, detrás de su figura brusca, había un reformista social puro, y a Parral, para conocer los lugares donde Obregón le tendió la trampa que concluyera con su vida. Y cerrar los ojos, ante la estatua de Felipe Ángeles, al que el talento militar profesiona­l no le impidió valorar los méritos intuitivos de Villa.

Recuerdo esto, ahora cuando México es castigado por furiosos temblores, para expresar mi cercanía y mi pena con el sufrimient­o de quienes considero mis hermanos y compatriot­as, en el esfuerzo por hacer una América Latina respetada por todos. Por los vecinos y por los distantes, y revertir la dolorosa expresión de Porfirio Díaz en la que lamentaba la lejanía con Dios y la cercanía a Estados Unidos, ese “vecino distante” que con ojos de Trump ve en México y en Centroamér­ica naciones que producen, más que hombres de bien, “bandidos” que amenazan su paz y su tranquilid­ad, olvidando cuánto del desarrollo de su país es obra de valientes inmigrante­s.

Me duele México. El sufrimient­o de los mexicanos golpea mi alma. Sin embargo, también veo con esperanza que el temblor que afectó su capital, pese a su intensidad, destruyó menos edificios y causó un menor número de víctimas que en 1985. Indicativo de que no se rinden y cada vez mejoran sus códigos de construcci­ón para enfrentar una realidad que aunque ya no es “la más transparen­te”, a decir de Carlos Fuentes, sigue siendo el lugar donde me siento más querido. “Todos somos México”, ¡carajo!

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ALFREDO SAN JUAN
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JUAN CARLOS BAUTISTA
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