LA ÚLTIMA SESIÓN DE FREUD
“La experiencia religiosa es absolutamente personal”: Soren Kierkegaard.
Conozco al actor Álvaro Guerrero desde los años noventa, cuando nos reuníamos en la cantina El Centenario, en la colonia Condesa, CdMx, con otro actor, el Chac, que impresionaba a las chicas tocando el saxofón. Álvaro dejó de tomar, yo dejé de ir al Centenario y nos perdimos el contacto, hasta que nos reencontramos en Facebook. Ahora me entero de lo que anda haciendo, acudo a ver sus obras, a sus premiaciones (en el 2015, la Agrupación de Periodistas Teatrales lo premió como mejor actor por Bajo reserva) y, a veces a brindar, con él bebiendo Chocomilk (sin piquete).
Normalmente procuro ver lo que hacen mis amistades que andan en el arte dramático, y me alegra cuando ofrecen una obra que conecta con el público y transmite emociones e ideas, como Laúltimasesión
de Freud, de Mark St. Germain, a la que acudí el viernes acompañado de la bella y talentosa actriz Maya Mazariegos, de quien soy momager.
Una obra profesional, con una estupenda escenografía e iluminación de Alejandro Luna (papá del afamado actor Diego Luna), que sí cumple con las expectativas del público, no como el “trabajo” de estafadores de la calaña del español Eneas Martínez, del cual tuve el infortunio de ver Juego siniestro( oui ja) en agosto. Esta persona, que conoce algunos conceptos básicos del arte dramático y nulos sobre el género de terror, tiene el descaro de cobrar por ver obras supuestamente terroríficas producidas por David A. Rodvel, con quien organiza cursos en una hacienda de Morelos para actores sobreactuados que ni siquiera se saben sus diálogos, ¡y sonidos de casa de los sustos de feria, sonando toda la obra! Si usted acude a una de sus puestas en escena y siente que le faltaron al respeto como espectador, le aconsejo que exija
la devolución de su dinero.
La última sesión de Freud está dirigida por José Caballero y actúan Luis de Tavira (más conocido como director teatral) en el papel de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, y Álvaro Guerrero, personificando a C.S. Lewis, escritor, filósofo, lingüista, medievalista y locutor británico de la Escuela de Oxford.
Cual personajes de Marvel en un mundo paralelo, coinciden en un hipotético encuentro en Londres, donde un Freud con ideas suicidas convoca a C.S. Lewis en su casa/consultorio con el único fin de que le explique por qué se convirtió al cristianismo. El psicoanalista acaba de huir de Viena, a causa de la guerra, con cáncer en la boca y, junto con el escritor, teme a los constantes bombardeos.
Lo que primero atrapa son las ingeniosas, inteligentes y divertidas discusiones sobre la existencia de Dios, donde el cínico C.S. Lewis se la pasa exasperando al viejito terco y cascarrabias Freud (que me recordó a mí mismo), pero luego los personajes se recuestan en un diván imaginario y nos van revelando aspectos íntimos de su vida, que nos ayudan a comprender su personalidad.
Álvaro enfrenta un papel difícil porque él no es creyente. Yo sí, tengo algunas pruebas de la existencia de Dios: una de ellas es que en este mismo momento, todos tenemos órganos, huesos, células, glóbulos, hormonas y neuronas que están trabajando sin nuestro consentimiento, de las cuales no tenemos ni puta idea de qué hacen y que no fuimos a escoger personalmente a ningún almacén, sino que alguien escogió por nosotros. Otra es que todos tenemos una trama que escribió otro guionista (nadie decidió estar donde está parado. Si me dicen: “Estás en
MILENIODiario porque estudiaste Ciencias de la Comunicación”, responderé: “Yo no decidí estudiar eso. Son los genes más el medio”). Y tercero: porque todos tenemos la capacidad para amar; sin eso, el libre albedrío no tendría sentido.
Ahora bien, la obra no se trata de un debate (por otro lado, irresoluble) sobre la existencia de Dios, sino del interés de Freud por un hombre que no solo se volvió religioso (después de todo, él mismo es conocedor de diversas religiones), sino ¡cristiano!, acatando los dogmas de la Iglesia más desprestigiada. En el fondo, el psicoterapeuta quiere justificar la necesidad de un Dios a través de una conversación que ponga en duda al mismísimo subconsciente (tan metafísico como Dios) que agarra a los interlocutores desprevenidos y se desnudan ante el espectador, al sorprenderse temerosos de la muerte, recurriendo por momentos al mecanismo de defensa más placentero que existe: el humor.
La última sesión de Freud, de Ortiz de Pinedo Producciones, se presenta en el Teatro Ignacio López Tarso, del Centro Cultural San Ángel (Avenida Revolución esquina con Francisco y Madero), viernes, sábado y domingo hasta finales de noviembre. Consulte cartelera.