En busca de la esperanza
México se acerca a una de las citas electorales más importantes en su historia. Por la cantidad de electores convocados, el número de cargos sometidos a votación —más de 3 mil 400— y la inédita concurrencia de las elecciones locales con las federales, el 1 de julio de 2018 marca un punto crucial en nuestra enredada evolución democrática.
La elección ocurre además en una etapa definitoria de la relación bilateral con Estados Unidos y en una era de profundos cambios políticos, sociales y económicos alrededor del mundo. Si parece un momento especial, es porque vivimos en un momento especial.
Y aunque la mesa está servida para una competencia de grandes ideas, el clima político anuncia que la elección quedará reducida a una falsa opción entre el miedo a quien se perfila como el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, y el odio al PRI que ha hecho suyo José Antonio Meade.
Las campañas son, en esencia, concursos en los que los aspirantes apelan a la emoción del electorado, pero la emoción que hace falta en nuestra ecuación electoral es la esperanza. La esperanza de liderazgos que logren articular una visión fresca y clara del rumbo que debe tomar México para superar los grandes retos internos y los desafíos globales a los que se enfrentará el próximo presidente mexicano. La visión de un cambio que al menos hasta hoy, no representan las opciones políticas que se perfilan para formar parte de la boleta.
Si el discurso preelectoral es muestra de lo que podemos esperar en el verano, se viene una campaña plagada de negatividad. Una campaña pensada más en la incapacidad ajena que en las virtudes propias, peleada en la trinchera de la irracionalidad en la que tienden a convertirse los medios sociales durante los procesos electorales.
Una campaña así apela a la peor versión de lo que somos y no puedo pensar en un momento más arriesgado para tener una elección en estos términos.