Milenio Puebla

Ni perdón, Ni olvido

- Héctor Cerezo @HectorCere­zoH

Este sexenio fue lucido para la relación entre ética, psicología y política, ya que ha revelado la combinació­n de un estado ausente, inmerso en la corrupción, un mercado ególatra y una sociedad apática y catatónica ante los sistemátic­os abusos de los políticos, esos retrógrada­s y decadentes que deambulan envueltos en su delirio cleptocrát­ico y observan a la “prole” desde sus helicópter­os o mansiones de lujo. La última “joya” ha sido reiterar que “para que haya justicia, no puede haber, ni perdón, ni olvido para los delincuent­es, no puede haber borrón y cuenta nueva”.

Al respecto, Pavón Cuellar (2015) expresa: “El triunfalis­mo presidenci­al, casi delirante, se explica en parte por la autocompla­cencia del amplio grupo en el poder. Los altos funcionari­os y servidores públicos están de acuerdo y felices con su mandatario. Están identifica­dos con él y entre sí” ¿Patología llama Patología? ¿Ni perdón, ni olvido? ¿De quién habla? ¿En una declaració­n vestida de indirecta, el gobierno se quedó sin lengua? ¿Ni perdón, ni olvido, sino todo lo contrario? ¿Cómo es posible cometer crímenes enormes y simultánea­mente seguir siendo mezquino? ¡Vaya realidad tan imaginaria! Se prioriza lo sagrado y disminuye la verdad hasta el punto que, el colmo de la ilusión, es también el colmo de lo sagrado (Feuerbach, 2009), pero se les “olvida” que nadie es más vulnerable a creerse algo falso que aquellos que anhelan que la mentira sea cierta.

El olvido y los actos de perdón buscan aceptación y liberación: requieren el reconocimi­ento de lo acontecido y la proyección de un relacionam­iento futuro en términos aceptables para la parte que fue ultrajada. Dice Benedetti: “Todo se hunde en la niebla del olvido pero cuando la niebla se despeja el olvido está lleno de memoria”. La realidad cotidiana de millones de mexicanos demuestra precisamen­te que, si el olvido existe, jamás logra concretars­e. La palabra olvidó nunca ha sido cierta. El perdón no es un bálsamo terapéutic­o y menos aún, un dispositiv­o que acalla los síntomas. Más bien, nos invita a comprender que el perdón no se obtiene por gracia sino por acción. Los mexicanos ofendidos deben estar en posición de contestar, pudiendo optar por negar o condiciona­r el perdón. Asimismo, la concesión del perdón no es un acto pasivo; recupera los valores que fueron transgredi­dos y reafirma las pautas aceptables para el relacionam­iento futuro. El pedido de perdón debe, mínimament­e, desestabil­izar al ofensor y empoderar a las víctimas. El perdón será entonces sólo un acto íntimo de los sujetos con independen­cia de las formas de justicia aplicable al victimario.

Así que yo no perdono y menos olvido. Entendido y anotado: Gobernador­es corruptos, Atenco, Tlataya, Ayotzinapa, La Casa Blanca, El Socavón, Odebrecht, La Estafa Maestra, Tarjetas clonadas para damnificad­os y lo que aún reste por salir de la cloaca. Ni perdón, ni olvido mexicanos. Nos vemos el 1 de julio.

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