Entendamos que se trata de mujeres que trabajamos para exigir la igualdad de derechos
Cuando hablemos de feministas
exhibir al abusador proviene sólo de ímpetus vengativos y no de la oportunidad que se presenta cuando se van rompiendo los candados que mantienen en secreto los abusos, cuando se comparten miedos y daños, cuando se recibe apoyo del entorno.
Querer minimizar el mérito de #MeToo al colgarle el adjetivo de “puritano” alerta sobre complicidades con esa forma de vida donde gana quien abusa del poder. Que cada caso denunciado reciba la atención de la procuración y de la impartición de justicia, según sus propias particularidades. Los llamados a evitar el juicio sumario podrían hasta parecer ingenuos si no escondieran una trampa. No son las redes sociales las que incitan al escarnio. Fuenteovejuna, Dreyfuss, están ahí desde antes. Es la misma plaza pública de siempre, aunque con más plataformas. En todo proceso de apertura, de “destape”, se exhiben miserias y grandezas, “pagan justos por pecadores” y hay “daños colaterales”. ¿No dicen así los poderosos líderes del mundo sobre sus batallas?
No sé cuántas mujeres usuarias del Metro en CdMx gozarían —como sugiere el manifiesto de 100 francesas— con un manoseo, ni cuántas jóvenes preferirían no atarse el suéter a la cintura para evitar que les griten o las acosen en las calles. Lo que es irrefutable son las estadísticas, que aseguran que la mayoría de las víctimas de acoso y violencia sexual son mujeres y niñas. No se niega la existencia de mujeres acosadoras, ni de varones y niños víctimas sexuales de otros varones.
Prudencia y paciencia es lo que nos ha sobrado a las mujeres. Lo dijo recientemente Javier Cercas al sorprenderse con los movimientos feministas: “hasta las más radicales son moderadas”.
Nos ahorraría mucho en esto de irnos comunicando, reconocer y aceptar que detrás de cada abuso, de cada crimen, hay una búsqueda de poder. Que es mejor llamar a las cosas por su nombre y que habemos personas que preferimos que nos pregunten: que no encontramos ridícula la necesidad de explicitar el consentimiento para los encuentros sexuales.
Entendámoslo de una vez: si sí es sí, ¡NO es NO!