Mismo perro, distinto collar
Érase una vez, uno de esos seres transformados, responsables, comprometidos y amorosos que, iniciaba su jornada dando un sorbo a su peculiar taza de café, una con el rótulo: “Tu día es lo que tú decides”. Después, abría su armario y como nunca sabía que ponerse, se ponía “feliz” y se colocaba una playera debajo de su camisa con el decreto: “La realidad es el espejo de tus pensamientos”. Conducía su auto “garrari” hacia su trabajo - mal pagado y nulamente reconocido-, pero eso sí, luciendo en la facia posterior, un pegote con la señal del “Vota 4”, ícono del adoctrinamiento recibido ¡perdón entrenamiento! Al llegar a la oficina, invitaba, ofrecía “becas” y vendía sueños. No trabajaba, en realidad, enrolaba a sus víctimas a vivir la “mejor experiencia de su vida” y para ello, balbuceaba un peculiar argot: “Si lo crees lo creas”, “Lo que es adentro es afuera”, “Si lo resistes, persistes”. Al final del día, publicaba en su Facebook, algún video, selfie o mensaje “positivo”, que mostrara precisamente, lo que no es y jamás será; un sujeto.
El neoliberalismo es un fenómeno dominante, abrasador y condicionante de la realidad. Su fortaleza no proviene de su competencia teórica, ni de su capacidad explicativa, menos aún de su eficiente, poderosa y recortada lectura sobre el funcionamiento de las psiques de los ciudadanos. Su dominancia, radica en anhelar respuestas concretas y evitar plantearse preguntas críticas y además, en saber jalar y apretar “collares y correas ideológicas” para controlar a los millones de canes con el mismo nombre: “Los nuevos Espartacos”. En otras palabras, somos domesticados mediante dispositivos tecnocráticos de conformismo, control y reproducción de la noción de un hombre como un simple instrumento. Solo así, se disfrutará de los totalitarismos ideológicos, la industrialización de la mente y la reducción del pensamiento a creencias enlatadas. “La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”, decía Margaret Thatcher.
La falaz ideología del éxito, la motivación y la transformación humana jamás cuestionan el contexto histórico- cultural, es más, hacen todo lo posible por despolitizar la economía, la psique y el ethos. Se trata pues, del control totalitario de la felicidad, la experiencia subjetiva y la exaltación del yo en búsqueda del éxito; ese látigo del negrero, esa libreta del capataz que contribuye al deseo de ser siempre el primero y el miedo de jamás quedar en último lugar en la vida. En el supermercado de las almas, abundan opciones espurias de superación personal y consumidores fetichistas por la mercancía ofertada. Este imaginario, anula el desgarro psicosocial trasladando la culpa al individuo, aunque no es infalible para quienes deliberan y dudan. Se trata pues, de hundir al máximo a los ciudadanos en el universo de la competencia, la supuesta autonomía laboral, la destrucción de las protecciones sociales, el debilitamiento del derecho al trabajo, el desarrollo deliberado de la precariedad masiva o el endeudamiento generalizado de las familias. Y por si no fuera suficiente, todavía se les grita cínicamente: “¡que gane el mejor!”.