Receta para el amor
Quisiera decir que “No”, pero la realidad es que, como millones de sujetos, tengo severos problemas con el “amor”. Al menos con ese amor real y Spinoziano que el hombre puede experimentar como pasión y captarlo con su entendimiento. En terrenos pantanosos, es decir, amorosos, podemos tomar decisiones irracionales en tanto constituyan decisiones razonadas. Hace unos días, cenando en un restaurante, tuve la “buena” suerte de que detrás de mí, se sentara una joven pareja que inició una acalorada, emocionante y estúpida discusión por dos motivos, a saber; 1) Los mensajes que leían uno del otro al intercambiar sus dispositivos celulares y 2) La lista de invitados para su futura boda. Los escuché y confieso que, hasta disfruté su tremendo round. No sabía si cambiarme de lugar, tomar notas, atreverme a ofrecerles terapia o de plano, voltearme y decirles igualmente, un par de cosas. 1) No es “prueba de amor” entregar el celular desbloqueado a la víctima en turno, pues lo que el “amor” ha unido, que no lo separe un pinche aparato. 2) No sé qué pasa que hay parejas que se empeñan en confundir el momento de terminar con la relación, precisamente con el de casarse.
No sé la receta para el amor ideal, pero de que lleva una pizca de frustración, una buena cucharada de conflicto y sufrimiento, eso sí lleva. Igual, pueden agregarle esperanza, besos, intimidad al gusto y la percepción del otro como una persona real. Vivir en una sociedad neoliberal atravesada por ideologías postmodernistas incita a millones de personas a practicar a la perfección el abnegado arte de la superficialidad, la inmediatez y el establecimiento de relaciones amorosas basadas en la percepción de los otros como mercancías. El amor se ha convertido en un producto de consumo masivo que se puede tomar del estante del supermercado de la vida y al que podemos conseguir por oferta y demanda, desechar o devolver si huele a compromiso, crisis e intimidad. En esta época, es posible que al darnos explicaciones en psicoterapia, dejemos de “encontrar” a los ex’s en el cuerpo de otros, a desear que la mentira amorosa sea cierta y a no buscar el amor en las redes sociales, en las poses, las simulaciones o en la formalización burocrática de un vínculo espontáneo.
Lo que más recuerdo y valoro de las mujeres a las que he tenido la graciosa ocurrencia de amar, es que con ellas he podido pensar en voz alta. Y por ello, me atrevo a plantear que Eros necesita trascender. Eros debe aspirar a la belleza para retornar preñado de ideas. Ese es el momento en que, según Platón, se produce el milagro de los espíritus alados. Porque si nos amamos lo suficiente como para estar mucho tiempo juntos y aspiramos a la verdad, entonces es probable que nos crezcan otra vez las alas del alma, y que pudiéramos volver a volar, ver, tocar, oler y degustar esas sensaciones que me hacen escribirle “Soy devoto de tus ojos porque creo en el milagro de tu mirada. Pensar es mi filosofía. Sentir; una perversión extraña. Lo confieso. Yo amo esa mirada, amo ciertos ojos. Porque mi amor por ellos es religión y sus besos mis rezos”.