La inclusión sensible para todas las personas
E ste 21 de marzo pasado fue el Día Internacional del Síndrome de Down. Para hacerlo visible, varias organizaciones acudieron a las redes sociales; colectivos de todo el mundo llamaron a la inclusión de las personas con Síndrome de Down y se dio mucha difusión sobre esta condición que afecta a 1 de cada mil niños en el mundo. Aplaudo que las redes sociales hayan encendido una conversación necesaria: la inclusión de las personas con algún tipo de discapacidad. Espero que continúe, mucho tiempo, para poder hacer visibles a otras personas que, en otras condiciones, no tienen acceso al mismo nivel de exposición o a la agenda pública.
Por ejemplo, las mujeres, sobre todo las de zonas rurales, indígenas, son en México el grupo con mayor vulnerabilidad. Sin embargo, existen otros aspectos sociales, añadidos a estas condiciones, que son invisibles. Las niñas indígenas, de zonas rurales, con alguna discapacidad son las personas con menores posibilidades de desarrollo en nuestro país. A su condición de pobreza y rezago se suma el agravante de la discapacidad que, en un contexto social como el de ellas, las coloca en una situación de invisibilidad y de precariedad absoluta. No conocemos cifras exactas de cuántas son, en qué zonas están, qué necesidades específicas tienen y cómo formular políticas públicas adecuadas para ellas. Digamos entonces que son lo más vulnerable dentro de lo vulnerable.
¿Cuántas niñas de zonas rurales, incluso en la ciudad de Puebla, no están dentro de sus casas, en parte por una mal entendida vergüenza de parte de la familia, pero también porque poco hemos hecho para atender sus necesidades? Vaya, ¿cuántas niñas en barrios populares, unidades habitacionales o fraccionamientos también están viviendo sin gozar de sus derechos como ciudadanas de nuestro país?
En MISAC hemos encontrado gente que se acerca a solicitar ayuda para algún hijo, un vecino. Son personas preocupadas, pero sobre todo, que han conocido la negligencia o la indolencia de primera mano. Cada vez, aunque MISAC no se dedica a hacer gestión de servicios o de apoyo, hemos tratado de dar la mano, de ofrecer alivio, aunque sea dirigiendo a las personas a la instancia adecuada. Por increíble que parezca, muchas veces ellos no conocían que existen instituciones (públicas y privadas) que pueden y tienen la misión de atenderlos.
Por lo anterior, la inclusión debe ser sensible y transversal: cimentada en la diversidad y en la igualdad. Es decir, debe ser para todas y todos, pero también para todas aquellas personas que tienen necesidades muy específicas, en situaciones y lugares muy concretos. Los niños, sobre todo aquellos a quienes se les diagnostica enfermedades raras o discapacidad, casi siempre son alejados de la sociedad, impidiendo dos cosas: primero, que al hacerse presentes y visibles, los gobiernos, los representantes, los tomadores de decisiones puedan generar un esquema de inclusión adecuado; en segundo lugar, que se desarrollen como seres independientes, autónomos, en los casos donde esto sea posible. La omisión también es una forma de discriminación. Por esto es necesario despojarnos de los sesgos y buscar alternativas dentro de la educación, el trabajo, la salud y la convivencia. Es un trabajo compartido en el que todos, incluso aquellos que no tenemos un familiar, un amigo o un conocido con discapacidad, tenemos una parte de la responsabilidad. ¿Qué podemos hacer por todos ellos?