FRAGOR DISTINTO AL DE LA BATALLA DEL 5 DE MAYO DE 1862
En el bulevar las voces de los marchantes con paso castrensese van acabando poco a poco
Sus llantos se confunden con el fragor de la multitud: es pequeña, morena, de cabello rizado y abundante. Llora mientras camina, remolcada por su mamá, hasta que ésta voltea a querer callarla nuevamente. Sólo así se da cuenta de que la niña, que tal vez no rebasa los cuatro años de edad, ha perdido un zapato, el izquierdo.
Son un grupo de tres mujeres y un hombre: una abuela, una madre y una niña; y el padre, que toma el sentido contrario al de la multitud que va dejando el Bulevar 5 de Mayo y va hacia el Centro Histórico. Es una familia que vino a ver el desfile, pero que no sabe dónde ni cuándo la niña perdió su zapato.
En el bulevar, que hasta hace poco más de 50 años era el río de San Francisco, o arroyo de Almoloya, las voces de los marchantes con paso castrense, las de los instrumentos de las bandas ambulantes (llamadas “marching bands” con una pronunciación que repudiaría hasta Tin Tan), de los carros alegóricos, de los vendedores e incluso de los repartidores de sombrillas de un partido político en plena campaña, se van acabando.
Las armas nacionales no se han vuelto a cubrir de gloria, pero los paseantes van dejando las márgenes del lecho, ahora de asfalto, para ir a buscar qué comer, bebidas refrescantes o el transporte que los lleve de regreso a casa. El cielo, nublado, sigue anunciando tormenta, y es más el bochorno que el calor, pero hay que irse retirando.
Dos mujeres negras, de un negro absoluto hasta en su indumentaria, hablan en francés mientras, más altas que la multitud buscan en lontananza si hay o no algún carro alegórico más, algún grupo de bastoneras o de músicos de instrumentos de aliento. Una de ellas, al echarse para atrás derriba un puesto de aguas embotelladas y casi entre dientes dice: “¡Mierda!”. Claro, en francés.
Otros aniversarios
Una mujer menuda, de aproximadamente 60 años de edad, se acerca a un vendedor de sombreros tendidos en el piso: “Joven: ¿dónde pasa el camión que va a la CAPU?” La mujer está en la Calle 2 Norte y Bulevar 5 de Mayo, en el lado sur, frente a una trasnacional de hamburguesas. “¡Uh, madre…! Quién sabe dónde estén pasando. ‘Orita hasta que se acabe el desfile”. Una multitud les impide ver el otro lado, donde pasa el transporte público que va a la Central Camionera, cuando no hay desfile.
Ni la señora ni el vendedor mencionan en su breve encuentro, que este 5 de mayo no sólo se celebran los 156 años de la Batalla de Puebla, sino también los 30 años de la inauguración de la Central Camionera de Puebla (CAPU) aun cuando el edificio no estaba terminado y todavía pasarían un par de años para que lo estuviera.
Muy cerca de la parroquia del Ángel Custodio, en el viejo barrio de Analco, una de dos mujeres que se notan turistas mexicanas, de una región del sur por el modo en que “se comen” las eses pregunta: “Oiga ¿está cerca el tren que va a Cholula?”
Las mujeres se refieren al tren turístico que, cuando acaba sus recorridos, es encerrado en la segunda sección del Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos, el cual también fue inaugurado en 1988, por un apresurado grupo de funcionarios que casi pasaron sin dejar huella.