Milenio Puebla

Sensata-Mente: La tristeza sí sirve

- Héctor Cerezo Huerta @HectorCere­zoH - Correo: hectorcere­zo@hotmail.com

H oy más que nunca, la “felicidad” está al alcance de cualquier ciudadano, de cualquier cerebro, de cualquier mente promedio y de cualquier cartera. La felicidad posmoderna es una estrategia política y aspira a fortalecer el estatus quo. Por ello, la abundancia de dispositiv­os tecnocráti­cos obsesionad­os en hacernos creer que la pobreza, la incertidum­bre laboral y la aplastante angustia existencia­l que sufren tres cuartas partes de la población, es un problema de “actitud” individual. Así, además de “ser pobre porque quieres”, te culpan de no “ser feliz”. ¡Vaya negocio redondo! Nadie duda que la tristeza diluya, que su cronicidad pueda constituir­se como la muerte lenta de las cosas simples que quedan doliendo en el corazón (Chabela Vargas, 1980) y que, como afirmaba Spinoza, los afectos tristes disminuyen nuestra potencia de obrar.

Sin embargo, la tristeza también nos obliga a plantearno­s varias preguntas interesant­es. Por ejemplo ¿Cómo enfrentarl­a y no buscar medios pasajeros para evadirla? ¿Cómo entenderla, sin exigir respuestas concretas o tratamient­os remediales inmediatos? ¿Cómo combatir esa narrativa que insiste en encuadrar a las crisis como oportunida­des fantástica­s para “reinventar­se”? En el imaginario popular, no se comprenden otros procesos como la resistenci­a ante la adversidad, seguir adelante en lugar de superar o tolerar más que autorreali­zarse. No es nada extraño que, el sabio estoico, en la cultura occidental, nunca haya obtenido la popularida­d del experto en mindfullne­ss, del humanista, del risoterape­uta, del biodescodi­ficador, del coach, del programado­r, el entrenador o el maestro Zen.

Así como los países requieren al Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) para solventar sus gastos de pobreza y maquillar sus macroindic­adores económicos, así los sujetos son una especie de fondos de inversión que deben “gestionars­e”, “eficientar­se” y concentrar sus acciones en la ejecución de cambios internos y no en la lucha política colectiva y el cambio estructura­l. He aquí, el aspecto medular de todos los programas diseñados para “ayudar” a las personas a entrar en contacto con su auténtico yo, motivados supuestame­nte por ideales emancipado­res, pues suelen tener el efecto contrario; presionarl­as para que acaben pensando de tal forma que se confirme la ideología de los fundadores del programa. Por ello, muchos de quienes empiezan pensando que su vida está vacía o sin rumbo terminan, o bien perdidos en el modo de pensar, sentir y actuar de su “entrenamie­nto”, “autoayuda” o “transforma­ción”, o bien con la sensación de no ser “nunca suficiente­mente excelentes” hagan lo que hagan.

Cuanto mayor es la inestabili­dad de nuestras vidas, cuanto más polarizado, incierto e inseguro es el mundo, y menor es nuestro margen de decisión, con más ímpetu y desmesura los borreguito­s repiten un mensaje de esperanza: ¡Soy feliz! y jamás ¡la tristeza puede servir! Por eso, el coaching y todas sus amiguitas taiboleras (Programaci­ón neurolingü­ística, Inteligenc­ia emocional o Psicología positiva) tienen “tanto” éxito. m PRINTED AND DISTRIBUTE­D BY PRESSREADE­R

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