Sensata-Mente: La tristeza sí sirve
H oy más que nunca, la “felicidad” está al alcance de cualquier ciudadano, de cualquier cerebro, de cualquier mente promedio y de cualquier cartera. La felicidad posmoderna es una estrategia política y aspira a fortalecer el estatus quo. Por ello, la abundancia de dispositivos tecnocráticos obsesionados en hacernos creer que la pobreza, la incertidumbre laboral y la aplastante angustia existencial que sufren tres cuartas partes de la población, es un problema de “actitud” individual. Así, además de “ser pobre porque quieres”, te culpan de no “ser feliz”. ¡Vaya negocio redondo! Nadie duda que la tristeza diluya, que su cronicidad pueda constituirse como la muerte lenta de las cosas simples que quedan doliendo en el corazón (Chabela Vargas, 1980) y que, como afirmaba Spinoza, los afectos tristes disminuyen nuestra potencia de obrar.
Sin embargo, la tristeza también nos obliga a plantearnos varias preguntas interesantes. Por ejemplo ¿Cómo enfrentarla y no buscar medios pasajeros para evadirla? ¿Cómo entenderla, sin exigir respuestas concretas o tratamientos remediales inmediatos? ¿Cómo combatir esa narrativa que insiste en encuadrar a las crisis como oportunidades fantásticas para “reinventarse”? En el imaginario popular, no se comprenden otros procesos como la resistencia ante la adversidad, seguir adelante en lugar de superar o tolerar más que autorrealizarse. No es nada extraño que, el sabio estoico, en la cultura occidental, nunca haya obtenido la popularidad del experto en mindfullness, del humanista, del risoterapeuta, del biodescodificador, del coach, del programador, el entrenador o el maestro Zen.
Así como los países requieren al Fondo Monetario Internacional (FMI) para solventar sus gastos de pobreza y maquillar sus macroindicadores económicos, así los sujetos son una especie de fondos de inversión que deben “gestionarse”, “eficientarse” y concentrar sus acciones en la ejecución de cambios internos y no en la lucha política colectiva y el cambio estructural. He aquí, el aspecto medular de todos los programas diseñados para “ayudar” a las personas a entrar en contacto con su auténtico yo, motivados supuestamente por ideales emancipadores, pues suelen tener el efecto contrario; presionarlas para que acaben pensando de tal forma que se confirme la ideología de los fundadores del programa. Por ello, muchos de quienes empiezan pensando que su vida está vacía o sin rumbo terminan, o bien perdidos en el modo de pensar, sentir y actuar de su “entrenamiento”, “autoayuda” o “transformación”, o bien con la sensación de no ser “nunca suficientemente excelentes” hagan lo que hagan.
Cuanto mayor es la inestabilidad de nuestras vidas, cuanto más polarizado, incierto e inseguro es el mundo, y menor es nuestro margen de decisión, con más ímpetu y desmesura los borreguitos repiten un mensaje de esperanza: ¡Soy feliz! y jamás ¡la tristeza puede servir! Por eso, el coaching y todas sus amiguitas taiboleras (Programación neurolingüística, Inteligencia emocional o Psicología positiva) tienen “tanto” éxito. m PRINTED AND DISTRIBUTED BY PRESSREADER