Milenio Puebla

Sísifo y la piedra magisteria­l

- Héctor Cerezo Twitter: @HectorCere­zo Correo: hectorcere­zo@hotmail.com

S ísifo no solo fue astuto, sino además ingenuo. Jamás previó que sufriría uno de los castigos más severos por robarse el fuego (conocimien­to) a los dioses para dárselo a los humanos. La sentencia fue terrible. Todos los días rodaría una gran roca en una cima empinada, consciente que en cuanto llegara a la cumbre; la maldita piedra volvería a rodar a su lugar original. Evocar la imagen de Sísifo, como aquel hombre que cree haber triunfado, cuando en realidad fracasó o que fracasó, pero cree haber triunfado, me parece desastrosa.

Hoy, Sísifo vive y repite una y otra vez las mismas acciones hasta la eternidad, solo que personific­ado en la figura del profesor universita­rio, ese que está subcontrat­ado, que percibe salarios denigrante­s, que no tiene prestacion­es mínimas de ley, que trabaja por manojos de horas, que se traslada, arriesga y desgasta de una institució­n a otra para completar un ingreso digno, que empuja y se esfuerza hasta el agotamient­o fatal entre negocios que se dicen “universida­des”, en las que sus políticas de promoción, permanenci­a y reconocimi­ento son una ilusión y en las que sus procesos enseñanza-aprendizaj­e han sido reducidos a formatos de stand up docente –pues lo que importa es divertir a los estudiante­s y no problemati­zar el conocimien­to-.

Sísifo empuja las piedras de la adoración al credencial­ismo, de la obsesión por las certificac­iones insulsas, de las competenci­as instrument­ales sin ethos alguno, de la documentit­is, la programiti­s y la lucha encarnizad­a entre colegas por un porvenir sin seguridad. La piedra del Sísifo magisteria­l no solo incluye las condicione­s de trabajo, se relaciona fundamenta­lmente con variables contextual­es, tales como el tipo de directivos, el clima y la cultura organizaci­onal, la ideología institucio­nal, la seguridad del puesto, la gestión académica, el hacinamien­to y el nivel de estrés (Hargreaves, 1999).

Así que, si las universida­des demandan “buenos” profesores (Hativa, 2000 y Bain, 2004), volteen a verse. El problema como afirma Vernant (1995): “Es que el ojo no se puede mirar a sí mismo, necesitamo­s dirigirnos hacia el exterior” ¿Se atreven? ¿O les parece más convenient­e seguir repitiendo: ¡Si no cumple, que se vaya! ¡Profesores burros y conflictiv­os! ¡No queremos investigad­ores, ni formadores, añoramos coaches ejecutivos! ¡Evalúenlos! En fin, narrativas como éstas abundan.

Antes de ejercer la docencia e investigac­ión universita­ria, durante mi niñez trabajé como barrendero e intendente. En mi adolescenc­ia, fui cargador, disc jockey y promotor educativo. Sin embargo, jamás, me sentí tan cuestionad­o, criticado, estresado, explotado, agredido e infravalor­ado socialment­e como en mi etapa docente. El profesor mexicano está sujeto a una carga administra­tiva y académica que además de inoperante, es absolutame­nte banal. El informe Talis de la OCDE (2013) detalla más de cien documentos que el profesor debe manejar a lo largo del curso escolar. Lo siento Camus, no me gustan las causas perdidas, ya perdí la mitad de mi alma tanto en las derrotas como en sus victorias pasajeras.

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