Sísifo y la piedra magisterial
S ísifo no solo fue astuto, sino además ingenuo. Jamás previó que sufriría uno de los castigos más severos por robarse el fuego (conocimiento) a los dioses para dárselo a los humanos. La sentencia fue terrible. Todos los días rodaría una gran roca en una cima empinada, consciente que en cuanto llegara a la cumbre; la maldita piedra volvería a rodar a su lugar original. Evocar la imagen de Sísifo, como aquel hombre que cree haber triunfado, cuando en realidad fracasó o que fracasó, pero cree haber triunfado, me parece desastrosa.
Hoy, Sísifo vive y repite una y otra vez las mismas acciones hasta la eternidad, solo que personificado en la figura del profesor universitario, ese que está subcontratado, que percibe salarios denigrantes, que no tiene prestaciones mínimas de ley, que trabaja por manojos de horas, que se traslada, arriesga y desgasta de una institución a otra para completar un ingreso digno, que empuja y se esfuerza hasta el agotamiento fatal entre negocios que se dicen “universidades”, en las que sus políticas de promoción, permanencia y reconocimiento son una ilusión y en las que sus procesos enseñanza-aprendizaje han sido reducidos a formatos de stand up docente –pues lo que importa es divertir a los estudiantes y no problematizar el conocimiento-.
Sísifo empuja las piedras de la adoración al credencialismo, de la obsesión por las certificaciones insulsas, de las competencias instrumentales sin ethos alguno, de la documentitis, la programitis y la lucha encarnizada entre colegas por un porvenir sin seguridad. La piedra del Sísifo magisterial no solo incluye las condiciones de trabajo, se relaciona fundamentalmente con variables contextuales, tales como el tipo de directivos, el clima y la cultura organizacional, la ideología institucional, la seguridad del puesto, la gestión académica, el hacinamiento y el nivel de estrés (Hargreaves, 1999).
Así que, si las universidades demandan “buenos” profesores (Hativa, 2000 y Bain, 2004), volteen a verse. El problema como afirma Vernant (1995): “Es que el ojo no se puede mirar a sí mismo, necesitamos dirigirnos hacia el exterior” ¿Se atreven? ¿O les parece más conveniente seguir repitiendo: ¡Si no cumple, que se vaya! ¡Profesores burros y conflictivos! ¡No queremos investigadores, ni formadores, añoramos coaches ejecutivos! ¡Evalúenlos! En fin, narrativas como éstas abundan.
Antes de ejercer la docencia e investigación universitaria, durante mi niñez trabajé como barrendero e intendente. En mi adolescencia, fui cargador, disc jockey y promotor educativo. Sin embargo, jamás, me sentí tan cuestionado, criticado, estresado, explotado, agredido e infravalorado socialmente como en mi etapa docente. El profesor mexicano está sujeto a una carga administrativa y académica que además de inoperante, es absolutamente banal. El informe Talis de la OCDE (2013) detalla más de cien documentos que el profesor debe manejar a lo largo del curso escolar. Lo siento Camus, no me gustan las causas perdidas, ya perdí la mitad de mi alma tanto en las derrotas como en sus victorias pasajeras.