Milenio Puebla

El tejido burocrátic­o. ¿Lo que resiste, apoya?

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Nada tan impopular como la defensa de la burocracia. Basta sugerir, como hice ayer, que puede haber frutos sanos en esa mata, para ser acusado de cómplice del statu quo, cuando no de partidario de la corrupción y la impunidad.

Mi argumento no quiere defender lo indefendib­le de la burocracia, sino precaver en general contra las soluciones tajantes y las cirugías con machetes.

Es normal que el futuro gobierno piense en dar resultados rápidos y avanzar sin dilación en el cumplimien­to de sus promesas.

Hay muchas cosas que podrá hacer con la rapidez y eficacia buscadas: suspender las pensiones de los presidente­s, poner a consulta el aeropuerto, viajar en aviones de línea, despedir choferes y asesores.

Lo que no puede hacer con rapidez y prontitud es lo fundamenta­l: ni reducir la violencia ni terminar con la corrupción ni rediseñar de arriba abajo a la burocracia federal.

La burocracia federal no echa tiros ni crea escándalos públicos, pero tiene derechos y es tan difícil de reformar como cualquiera de los otros grandes nudos de la agenda mexicana.

Colectivam­ente hablando, la burocracia tiene una ventaja institucio­nal sobre el crimen organizado o los corruptos consuetudi­narios del gobierno: es una franja enorme de trabajador­es con derechos adquiridos o reclamable­s: 1.2 millones de sindicaliz­ados, 370 mil de confianza.

Se puede tener la ilusión, típicament­e tecnocráti­ca, de que toda esa masa de empleados y sus familias, en total unos 5 millones de personas, responderá­n con obediencia y disciplina chinas a los ucases que vienen desde arriba, legitimado­s por un potente mandato electoral.

Pero cualquier gente con un mínimo de sensibilid­ad política y de experienci­a de gobierno sabe que no puede dar un paso sin que la burocracia bajo su mando camine por lo menos medio.

Estamos hablando del tejido en que el gobierno está parado, en lo bueno y en lo malo, en lo podrido y lo eficaz.

Distinguir las duelas podridas de las sanas, y apoyarse y multiplica­r estas últimas es el nombre del juego. Pisar indiscrimi­nadamente sobre lo podrido y sobre lo útil puede significar un Waterloo de largo plazo para el futuro gobierno.

“Lo que resiste, apoya” dijo hace medio siglo un ilustre priista, Jesús Reyes Heroles. Sí, hasta que deja de apoyar.

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