Contra las grandes verdades
Los días políticos que corren me han hecho recordar el ensayo del filósofo y escritor alemán Rüdiger Safranski:
¿Cuánta verdad necesita el hombre? Dice Safranski que las grandes verdades le son de extraordinaria utilidad al ser humano, pero también pueden llevarlo al dogmatismo y al totalitarismo. La búsqueda de la verdad no es la mejor empresa política, no faltará que alguien en el poder se sienta dueño de la verdad, y se jodió la bicicleta.
¿Le serviría al país una constitución moral como la que pretende impulsar el presidente electo para el bienestar del alma de los mexicanos? No. Al contrario, esa carta magna provocaría grandes tribunales de intolerancia.
De entre todos los proyectos que emprenderá el nuevo gobierno, la constitución moral es seguramente no la más grave, pero sí la más absurda. Salí pitando y con los pelos de punta a buscar mi John Stuart Mill, On Liberty:
“El único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido, sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás”.
La obligación de la felicidad atenta contra todos los aires libertarios. Tienes que ser feliz porque te lo ordeno. ¿Y si quiero ser infeliz, y odiar al prójimo, siempre y cuando no lastime a nadie o cometa un delito, debo ser sancionado?
Vuelvo a citar sin pudor alguno a Stuart Mill: “Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz (…). La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro propio camino, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental, espiritual”.
El anteproyecto de una constitución moral es el mayor disparate que yo le haya oído al presidente electo. Un disparate peligroso cuyo fin es la intolerancia. Yo diría: que cada quien viva como le dé su regalada gana, si no comete delito alguno, y que nadie le obligue a vivir como los demás.