El peor de los mundos posibles
“Joto, tortillera, naco, gordo, pinche feo, jodido, loco, vieja, negro, enano, indio, sidoso o anciano” son solo algunas de las variadas y lamentables expresiones discriminatorias que usa cotidianamente el mexicano promedio. Así lo demuestran los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017, la cual revela el peor de los mundos posibles: uno de cada cinco mexicanos, es decir el 20.2 por ciento de la población mayor de 18 años, declaró haber sido discriminado en el país durante el último año, según informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Así que, si tu apariencia no es ejecutiva, tu forma de hablar conserva regionalismos, tu preferencia sexual es diversa, tu posición económica es deprimida, tu tez es morena, tu peso o estatura son atípicos o sistema de creencias son diferentes; la posibilidad de ser obstaculizado, restringido o de plano, excluido por acción y omisión en tus derechos y libertades, será muy alta. El riesgo aumentará si vives en Puebla, Guerrero, Oaxaca, Colima, Morelos y Estado de México, en este estricto orden. Curioso, ¿qué variables de desigualdad económicas, culturales y sociopolíticas, tienen en común dichos estados?
Arriagada Cuadriello (2013) afirma que cuando ciertos mecanismos de discriminación y exclusión se establecen y se vuelven prácticas sociales, esas nociones quedan asociadas no solo a una manera de “ver” el mundo, sino a una manera de “hacer” el mundo. ¿Por qué el peor de los mundos posibles? Porque la idea de la igualdad de oportunidades ha sido siempre y en todo el mundo un ideal, y nunca una simple realidad. Clasismo, castas, racismo y sexismo representan acciones tan frecuentes que, a veces ya no somos ni siquiera capaces de notar la exclusión y la banalizamos como chiste, usos y costumbres o signo de cercanía. Una viñeta de ejemplo: 34 por ciento de los mexicanos declara que cuando piensa que tiene la razón está dispuesto a ir en contra de lo establecido por la ley para defender su punto de vista y un 4 por ciento, considera que expulsar a alguien de una comunidad se justifica porque no es de la religión o ideología de la mayoría (Encuesta Nacional de Religión, Secularización y Laicidad, 2016). Me preocupa la posible relación o sinergia que guarden el fanatismo, la discriminación, la homogeneidad y la exclusión, A semejante ritmo, ya no habrá sujetos autónomos ni críticos, sino viles adoctrinados.
En tiempos en los que se asume que todo mal social, educativo u organizacional se resuelve con coaching, autoayuda o “cursos de sensibilización”, quedan poquísimos escenarios para debatir las ideas. Quisiera decir que las universidades son esos espacios abiertos a las más variadas opiniones, incluyendo las “políticamente incorrectas”, pero la realidad es lapidaria, se apuesta invariablemente al pensamiento único. Atreverte a practicar la congruencia, disentir o pensar desde posiciones diferentes, provocará un linchamiento mediático. Alguna vez, le escuché decir a Enrique Gánem que la unanimidad siempre es sospechosa y por eso quise escribir esta columna.