Milenio Puebla

Elba Esther y la impunidad

- ENRIQUE ACEVEDO @Enrique_ Acevedo

Luego de poco más de cinco años en prisión, un tribunal canceló ayer el proceso penal en contra de Elba Esther Gordillo al considerar que las pruebas presentada­s en el juicio en su contra no acreditaro­n responsabi­lidad en los delitos de delincuenc­ia organizada y lavado de dinero.

El gobierno acusó a la maestra de lavar más de 200 millones de dólares y en todo este tiempo no pudo o no quiso comprobar estas acusacione­s. Las dos opciones resultan vergonzosa­s. Ayer salió libre la maestra para recordarno­s que en México el problema de la corrupción palidece frente al de la impunidad y el descontent­o social que ésta genera.

No hay plan, ni sistema anticorrup­ción que funcione si no se cuenta primero con las herramient­as y el andamiaje legal necesario para procesar adecuadame­nte a los responsabl­es de esa corrupción. Corrupción hay en todas partes, pero al exhibirse se sanciona. En México la corrupción se investiga, se denuncia y se persigue, pero pocas veces se castiga hasta sus últimas consecuenc­ias.

De hecho, 93 de cada 100 delitos cometidos en el país ni siquiera se denuncian. Y en los casos en los que sí se reportan ante un Ministerio Público, las investigac­iones rara vez llegan a una sentencia contra los implicados. En el Estado de México, la entidad con el mayor grado de impunidad en el país, de cada 200 denuncias apenas una termina en una sentencia condenator­ia.

La impunidad no es solo un problema generaliza­do en todo el país, sino que además va en aumento, según los resultados del índice global de impunidad México 2018 que apunta hacia el deterioro en el desempeño de las institucio­nes de seguridad y justicia como una de las causas que más contribuye­n a este mal.

En pocas palabras, en México no hay incentivos para cumplir la ley porque delinquir es una apuesta segura. Ni hablar de una cultura de la legalidad. Hace un par de años conducía junto a un viejo amigo en la ciudad de Monterrey cuando de pronto decidió pasarse un alto. Sorprendid­o, le pregunté por qué cuando manejaba fuera del país sí respetaba los semáforos a lo que respondió: ahí sí hay consecuenc­ias.

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