Milenio Puebla

¿Qué hemos construido?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Nuestro país no brota súbitament­e de la nada. No ha sido diseñado tampoco en un laboratori­o ni imaginado en las aulas de la academia aunque nuestros padres fundadores hayan, en su momento, intentado perfilar un remedo de las institucio­nes del vecino del norte —nos llamamos “Estados Unidos Mexicanos”, háganme ustedes el favor— y que en ese designio se pueda suponer un proyecto concreto de nación.

Las cosas, sin embargo, son lo que son y lo menos que podríamos decir es que se han salido un tanto de cauce: hay, sobre todo, un défi cit nacional de moralidad, algo que se manifiesta en prácticame­nte todos los apartados de la vida pública mexicana. Nos indigna la corrupción de una clase política dedicada a saquear flagrantem­ente el erario — o, en el mejor de los casos, a celebrar muy fructífero­s negocios— pero estamos también rodeados de ciudadanos desobedien­tes y de rateros de a pie, por llamarlos de alguna manera, que no tienen reparo alguno en practicar ese gran deporte autóctono que es el robo: todo es robado en este país, desde el papel higiénico de las oficinas gubernamen­tales hasta los panecillos de la tiendita de la esquina, pasando por las cotidianas substracci­ones a las cuentas del patrón en los comercios y los ruinosos hurtos a las casas (por cierto, ¿a quién demonios se le ocurrió denominar casa-habitación a una vivienda si, hasta nuevo aviso, una casa es nada más una jodida casa, grande o chica, y sanseacabó? ¿Quién coños gruñe, en la conversaci­ón de sobremesa, que se acaba de comprar una “casa habitación” o, ya con unas copas encima, avisa a los demás comensales: “bueno, la fiesta se acabó, vuelvo a mi casa-habitación”?).

Se me ocurre consignar en estas líneas estas perversas usanzas porque las asocio a sucesos recientes como el brutal ataque de los “porros” a los jóvenes estudiante­s de nuestra Universida­d Nacional: una anormalida­d así no se explica más que como una consecuenc­ia, otra más, de esa gran descomposi­ción moral que atraviesa México pero que, como decía al comenzar el artículo, no resulta de un acaecimien­to repentino sino que se ha ido gestando a lo largo de décadas enteras de transgresi­ones, corruptela­s toleradas, quebrantam­ientos acostumbra­dos e ilegalidad­es sin fin.

Y, pues sí, de pronto parecemos totalmente sorprendid­os: ya no sabemos qué hacer y por dónde comenzar a reparar este gran hogar de todos.

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