¿Qué hemos construido?
Nuestro país no brota súbitamente de la nada. No ha sido diseñado tampoco en un laboratorio ni imaginado en las aulas de la academia aunque nuestros padres fundadores hayan, en su momento, intentado perfilar un remedo de las instituciones del vecino del norte —nos llamamos “Estados Unidos Mexicanos”, háganme ustedes el favor— y que en ese designio se pueda suponer un proyecto concreto de nación.
Las cosas, sin embargo, son lo que son y lo menos que podríamos decir es que se han salido un tanto de cauce: hay, sobre todo, un défi cit nacional de moralidad, algo que se manifiesta en prácticamente todos los apartados de la vida pública mexicana. Nos indigna la corrupción de una clase política dedicada a saquear flagrantemente el erario — o, en el mejor de los casos, a celebrar muy fructíferos negocios— pero estamos también rodeados de ciudadanos desobedientes y de rateros de a pie, por llamarlos de alguna manera, que no tienen reparo alguno en practicar ese gran deporte autóctono que es el robo: todo es robado en este país, desde el papel higiénico de las oficinas gubernamentales hasta los panecillos de la tiendita de la esquina, pasando por las cotidianas substracciones a las cuentas del patrón en los comercios y los ruinosos hurtos a las casas (por cierto, ¿a quién demonios se le ocurrió denominar casa-habitación a una vivienda si, hasta nuevo aviso, una casa es nada más una jodida casa, grande o chica, y sanseacabó? ¿Quién coños gruñe, en la conversación de sobremesa, que se acaba de comprar una “casa habitación” o, ya con unas copas encima, avisa a los demás comensales: “bueno, la fiesta se acabó, vuelvo a mi casa-habitación”?).
Se me ocurre consignar en estas líneas estas perversas usanzas porque las asocio a sucesos recientes como el brutal ataque de los “porros” a los jóvenes estudiantes de nuestra Universidad Nacional: una anormalidad así no se explica más que como una consecuencia, otra más, de esa gran descomposición moral que atraviesa México pero que, como decía al comenzar el artículo, no resulta de un acaecimiento repentino sino que se ha ido gestando a lo largo de décadas enteras de transgresiones, corruptelas toleradas, quebrantamientos acostumbrados e ilegalidades sin fin.
Y, pues sí, de pronto parecemos totalmente sorprendidos: ya no sabemos qué hacer y por dónde comenzar a reparar este gran hogar de todos.