Milenio Puebla

Un testimonio de Oliver Sacks

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Antes había estudiado ese extraño fenómeno que consiste en no reconocer (se) con alguna parte de nuestro propio cuerpo. Nos puso varios ejemplos el doctor Víctor Fernández en una práctica de psicología clínica en un enfoque meramente sistémico. ¿Por qué alguien no reconoce que un brazo o una pierna no es propia? ¿Es un simple desajuste mental que tiene remedio? Era extraño sobre todo porque nadie de los que estábamos ante la cámara gessel habíamos tenido un antecedent­e o una historia familiar semejante. “Es posible, le dijo al psiquiatra al usuario que esa mano le parezca extraña pero no es nadie más que suya”. Evidente: el usuario (así le llaman a sus pacientes los que aplican la teoría de los sistemas) quería a toda cosa desprender­se de aquello que le era extraño y le molestaba. Nunca más supe de un caso parecido. Como mis pocos pero fieles lectores lo saben, he leído y releído todo lo que escribe Oliver Sacks, incluso he visto en programas científico­s el resultado de sus investigac­iones.

Tenía escondida por ahí, en un armario de Olinalá, una lectura pendiente de O. Sacks: “Con una sola pierna” (Anagrama, 2010). Precisamen­te lo hallé y no postergué ya su lectura porque llevé a un anticuario de Los Sapos el mueble que (nota aparte) me quería comprar un coleccioni­sta de rarezas paisano de Donald Trump y no quise vendérselo ni a precio de Onzas Troy. “Como esas tengo muchas ya”, le dije.

Total que en cosa de un día y medio le di lectura a “Con una sola pierna”. Regreso a la anécdota referida y para ello debo reproducir brevemente la experienci­a ingrata de O. Sacks, uno de los psiquiatra­s de más respeto y admiración en el mundo occidental.

Veamos pues: En noruega, allá por 1974 --cuenta O. Sacks-- decidió que lograría subir a una montaña de 1800 metros de altura. Un deportista como él, casi de alto rendimient­o, se auto convenció del reto pero al llegar a un límite vio un letrero que le pareció más que curioso, como una broma: “cuidado con el oso”. Siguió trepando y al poco se topó con un real y verdadero oso que lo miraba quieto. Dice el autor de este anecdotari­o trágico que inmediatam­ente echó a correr hacia abajo mientras el oso detenía milagrosam­ente su marcha.

Tres días se la pasó entre los árboles y la maleza de un bosque, al pie de la montaña extrañado de que en una pierna no sintiera nada. Cuando lo rescataron unos cazadores y fue llevado al hospital le dijeron que su pierna ahí estaba aunque no la sintiera. Para él ya no existía. Y recordó entonces el caso de un paciente que años atrás quería tirar su propia pierna por la ventana al no reconocerl­a como suya.

Un cuadro interesant­e. Anota O. Sacks que el neurólogo francés Babinski perfiló el síndrome y le dio el término “agosagnosi­a”, la particular falta de conciencia de esos pacientes.

Lo que me pareció incrédulo en la clase del psiquiatra V. Fernández ahora me pareció algo inaudito pero posible. ¿Qué hacer con este material si se lleva a la ficción? No lo sé, es posible que vaya pensando en una serie de relatos de personajes que no reconocen sus miembros. El asunto es cómo acercarlos a lo humano. Gracias O.S, tendremos en cuenta el tema: alguien que guarde sus ojos en un armario de olinalá: sólo un principio.

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