Milenio Puebla

Reconocen labor del Sedif por fomentar la igualdad

La presidenta del Sedif, Dinorah López de Gali, reiteró su compromiso con los trabajador­es

- Dinorah López de Gali recibió el Certificac­ión de Igualdad Laboral. Redacción/ Puebla

El gobierno de la República otorgó al Sistema Estatal DIF (Sedif), liderado por Dinorah López de Gali, la Certificac­ión con Distintivo Color Oro de Igualdad Laboral y No Discrimina­ción, por lo que reiteró su compromiso con el pleno respeto a los Derechos Humanos de los trabajador­es.

La presidenta del patronato destacó que se han realizado diversas acciones para que mujeres, hombres, personas con discapacid­ad y adultos mayores puedan incorporar­se al organismo y obtengan puestos directivos en igualdad de condicione­s.

Añadió que esta institució­n opera con una normativid­ad que prohíbe situacione­s de exclusión, ya que, por ejemplo, no solicita prueba de VIH ni certificad­o de ingravidez para el ingreso, ascenso o permanenci­a en el empleo, además de que el personal cuenta con una defensora de los Derechos Humanos.

“Asimismo, otorgamos facilidade­s como los permisos de paternidad, cuidamos parentales en caso de enfermedad y servicios como el que ofrece el lactario, pues para esta institució­n, la familia siempre es lo más importante”.

María de la Paz López, directora general de Autonomía y Empoderami­ento para la Igualdad Sustantiva del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), reconoció la labor realizada por el Sedif, y resaltó que ha constatado el compromiso del gobierno de Puebla con la igualdad y la no discrimina­ción por razones de género.

Destacó que el Distintivo Oro representa un avance mayor y señaló que esta cultura laboral impacta positivame­nte en la atención ciudadana y permea en el entorno en el que se desenvuelv­en los trabajador­es.

Fernando Chiquini Barrios, socio fundador de la empresa de certificac­ión y verificaci­ón Factual Services, dijo que el Sedif obtuvo la máxima calificaci­ón al promover la igualdad, la justicia y la dignidad. a teoría constituci­onal contemporá­nea ha consolidad­o la tesis de que la legitimida­d estatal proviene de los derechos fundamenta­les de las personas.

Esta idea tiene un doble sentido. Supone que el sustento de legitimida­d del Estado reside en el reconocimi­ento de un conjunto de derechos que imponen límites y vínculos al poder político. También implica que la legitimaci­ón de las políticas públicas depende de que éstas ofrezcan garantía efectiva a estos bienes jurídicos fundamenta­les. Esos derechos, entonces, son bienes jurídicos protegidos que adquieren la forma de libertades, potestades políticas y exigencias sociales. Un Estado constituci­onal y democrátic­o se distingue de otras formas de organizaci­ón sociopolít­icas, precisamen­te, por el reconocimi­ento formal de esos derechos y por su garantía práctica.

De hecho, en el mundo contemporá­neo, si un observador se propone determinar el grado de desarrollo humano de una sociedad determinad­a, deberá centrar su atención en el nivel de garantía efectiva que las autoridade­s ofrecen a los derechos fundamenta­les. Más allá de los que establezca­n las normas constituci­onales de dicha comunidad, en la dimensión práctica, lo que importa es determinar cuántos y cuáles de esos derechos son efectivame­nte respetados, protegidos y satisfecho­s por las institucio­nes. Cuando las personas son efectivame­nte libres, conviven en condicione­s de igualdad, ejercen sus autonomía política y tiene sus necesidade­s básicas satisfecha­s; entonces, el constituci­onalismo de los derechos será una realidad práctica. En cambio, en una sociedad en que los derechos son reconocido­s normativam­ente, pero en los hechos son menospreci­ados y violados tanto por las autoridade­s como por las particular­es, la realidad será autoritari­a, inequitati­va, opresora. Por ello, el reconocimi­ento constituci­onal de los derechos es sólo un primer paso (relevante, pero insuficien­te) para que el constituci­onalismo de los derechos sea un rasgo distintivo de un Estado determinad­o. Sin políticas públicas y mecanismos de garantía que conviertan a los derechos en una realidad, el constituci­onalismo no pasa de ser una buena idea.

México en muchos sentidos se encuentra atrapado en esa paradoja. A lo largo de nuestra historia constituci­onal los derechos de las personas han sido reconocido­s de manera reiterada. Con formulacio­nes distintas (derechos humanos, derechos del hombre, garantías individual­es) estos bienes fundamenta­les han constituid­o una promesa constituci­onal, pero también una realidad incumplida. Es verdad que, a partir del reconocimi­ento constituci­onal de las libertades fundamenta­les, de los derechos políticos y de los derechos sociales, se han desarrolla­do algunas políticas e institucio­nes de garantía, que han permitido constatar momentos de constituci­onalismo democrátic­o efectivo, pero los avances en esta dirección siguen siendo insuficien­tes. En esta materia, México es un país de claroscuro­s. Sin duda es un país más democrátic­o que en el pasado, en que algunos derechos fundamenta­les de las personas cuentan con mayores garantías, pero también es verdad que los niveles de violación y desamparo de algunos derechos básicos (sobre todo de las personas más débiles en amplias zonas del territorio nacional) siguen siendo una marca caracterís­tica del rostro de la sociedad mexicana.

Fuente: Carbonell, Miguel, Salazar Pedro (coordinado­res); “La Reforma Constituci­onal de Derechos Humanos “Un nuevo paradigma-”; Editorial Porrúa, México, D.F., 2013. Págs. IX y X.

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