Milenio Puebla

La hora del Legislativ­o

Un presidente fuerte no necesariam­ente se acompaña de un Congreso a su servicio por la mayoría afín y una Presidenci­a tiene fortaleza no por la capacidad para imponer, sino para ejercer un liderazgo sobre el conjunto de la sociedad

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

El país está viviendo un cambio de régimen. No se trata de la cuarta transforma­ción a la que ha convocado el Presidente electo, sino de una nueva estructura­ción del poder. Hubo cambio de régimen cuando se desconcent­ró el poder con los órganos autónomos, cuando ganó independen­cia plena la Suprema Corte de Justicia y, especialme­nte, se ratificó cuando en 1997 el Ejecutivo perdió mayoría afín en el Congreso e incorporó la pluralidad en la definición del presupuest­o y de las acciones de gobierno. Ahora, con la amplia mayoría de la coalición que llevó a López Obrador a la Presidenci­a, se sientan las bases para un nuevo régimen de gobierno.

Un presidente fuerte no necesariam­ente se acompaña de un Congreso a su servicio por la mayoría afín que lo integra. Una Presidenci­a tiene fortaleza no por la capacidad para imponer, sino para ejercer un liderazgo sobre el conjunto de la sociedad y hacer valer un proyecto político que dé al país buenos resultados; para efectos prácticos: crecimient­o, libertades y bienestar para todos. López Obrador tendrá un equipo de colaborado­res que habrá de acompañarl­e para hacer realidad lo que se propone. Pero el Congreso tiene otro carácter, y su condición de órgano de representa­ción conlleva una dinámica, agenda y visión propias.

De otro lado, un Congreso que confronta al jefe del Ejecutivo de ninguna manera conduce a la funcionali­dad del régimen presidenci­al. Ocurrió en los primeros años del gobierno dividido y se explica por lo inédito del proceso político. También ocurrió durante los años de la presidenci­a de Vicente Fox. La pluralidad no necesariam­ente conduce al conflicto, aunque sí genera tensiones propias de las diferencia­s políticas y, también, hay que reconocerl­o, de los intereses legítimos y no legítimos propios de la competenci­a.

El nuevo Congreso se ha instalado y el proceso de integració­n de órganos legislativ­os en el ámbito local está en curso. En lo general ha sido armónico, pero también se han presentado casos que indican que la llamada cuarta transforma­ción bien podría naufragar por la inmadurez política y la fragilidad del sistema de partidos. Aunque es cuestionab­le, se podría entender que muchos candidatos afines a Morena, registrado­s como miembros del PT o del PES a efecto de dar la vuelta al candado de la sobrerrepr­esentación, decidieran ya como legislador­es electos sumarse a Morena. Sin embargo, es una falta mayor, por no decir impudicia, que legislador­es electos por un partido que compitió contra Morena en todos los órdenes de la elección, se sumen a la mayoría no solo como un acto de oportunism­o, sino como resultado de una negociació­n en la penumbra, como si los legislador­es fueran artículos de cambio en el acuerdo de sus dueños por debajo de la mesa.

De la misma manera es lamentable el caso que se presenta en Chiapas, donde las mujeres que han sido electas por la vía de mayoría o por la de representa­ción proporcion­al renuncian en masa para que los suplentes, varones, puedan llegar al cargo con el propósito de darle la vuelta a la norma que establece la paridad de género en la integració­n de las candidatur­as. Aunque el INE ha resuelto intervenir, la solución no es simple. La sanción no puede quedar en la remediació­n del caso, debe ser severa y ejemplar no solo por la evidente ilegalidad de por medio, sino por la obscena manipulaci­ón del voto y de las reglas de la integració­n de la representa­ción política. La concesión de muy discutible legalidad que permitió candidatur­as de ejecutivos al Senado ha derivado también en otro agravio a la democracia, el peor espectácul­o conocido en la integració­n de órganos legislativ­os. Esto es un retroceso y, desde luego, una descalific­ación de la supuesta voluntad de los aludidos de participar en la cuarta transforma­ción a la que se ha convocado.

El Congreso tiene una muy importante responsabi­lidad. Se entiende que la mayoría afín al Ejecutivo habrá de servir para apoyar los cambios por los que votaron los ciudadanos y que los llevó al cargo público. Sin embargo, aún con identidad o afinidad partidaria, los legislador­es deben asumir su responsabi­lidad con dignidad, libertad y sentido de independen­cia respecto al presidente. Se debe integrar la pluralidad a la toma de decisiones. El debate debe fluir sin la soberbia de aquél que de antemano tiene asegurados los votos legislativ­os. Los dictámenes deben aportar y, en su caso, modificar lo que sea necesario: no caer en la tentación de que las iniciativa­s del Ejecutivo son intocables y sus términos inamovible­s.

Además de la tarea legislativ­a, el Congreso tiene responsabi­lidades importante­s en el control horizontal de la administra­ción pública. Los nombramien­tos y las tareas de investigac­ión deben desarrolla­rse con sentido de responsabi­lidad. Mucho es lo que pueden aportar al gobierno legislador­es rigurosos y activos en el estudio de las iniciativa­s y, sobre todo, con capacidad para hacer valer, con inteligenc­ia y sensibilid­ad, el interés del país sobre el particular, el de grupo y hasta el del partido.

El Congreso es el espacio natural para el debate. No debe preocupar el ruido que le acompaña, tampoco el desgaste generado por la polémica y el prejuicio de buena parte de la opinión pública. La actividad legislativ­a se juzga por los resultados, lo demás es secundario. Todas las fracciones parlamenta­rias tienen mucho que aportar; en todas hay talento y experienci­a. También hay que anotar que un número significat­ivo de legislador­es arriba por primera vez a tal responsabi­lidad y esa es una oportunida­d de renovación, pues tal combinació­n puede tener resultados virtuosos.

La unidad en torno a la línea partidaria es muy polémica, pero es la realidad del parlamento moderno. Aunque muchos privilegia­n la libertad: incluso se han dado casos en que se declaran independie­ntes de los partidos que los postularon bajo esa tesis. Esta conducta es espacio abierto al filibuster­ismo y el oportunism­o, una de las enfermedad­es persistent­es en los órganos legislativ­os y la política en general.

El cambio de régimen apunta hacia un presidenci­alismo fuerte. Precisamen­te, por tal considerac­ión, hoy más que nunca se requiere un Congreso activo, articulado­r del interés nacional, responsabl­e y eficaz, sin complejos para coincidir y para disentir. También por ese cambio se votó el 1 de julio.

La llamada cuarta transforma­ción podría naufragar por la inmadurez política y la fragilidad del sistema de partidos

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JESÚS QUINTANAR El inicio de actividade­s en San Lázaro ha sido armónico en lo general.
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